Este es uno de los cuentos que más me gustó del primer libro navideño. Me llegó inspiración de todos lados y me encantó el resultado.  Espe...

Vanessa contra el miedo mismo

Este es uno de los cuentos que más me gustó del primer libro navideño. Me llegó inspiración de todos lados y me encantó el resultado.  Espero lo disfruten


Era una tarde común en el taller de Santa y Vanessa, vestida como siempre con un atuendo negro de elfina, estaba cubriendo las horas de trabajo que ella misma se había impuesto. Se encontraba revisando la lista de buenos y malos y, a decir verdad, era muy sencilla pues era una lista canadiense y casi todos ahí caen en la categoría de “buenos”. Canturreaba con alegría un villancico cuando sintió un escalofrío recorrer su espalda.

“¿Pasaba algo? No, solo era una coincidencia”. Eso pensó hasta que vio irrumpir a Tobías, su fiel chihuahua de pelaje negro y café, a toda velocidad. Estaba temblando más que de costumbre y traía colgado una pantalla miniatura en su collar. “Código rojo”, decía.

Levantó su pulsera y procedió a llamar por línea directa a Santa.

            —Santa, ¿qué sucede? —inquirió Vanessa.

            —¡Emergencia nivel Omega, ven rápido! —se escuchó la voz de Claus por el comunicador.

            —¿Nivel Omega? —musitó―. ¡Los niños! —dijo casi gritando y salió corriendo del lugar alzando a Tobías.

Llegó a toda velocidad e hiperventilando a la oficina de Santa y vio a este de espaldas observando su pantalla gigante. El hombretón fornido tenía los puños a la cadera. Este le ordenó que pasara con una seña.

            —¿Qué ha ocurrido? —preguntó Vanessa.

            —Son los niños, hija mía. Escucha —y le subió el volumen al televisor.

            …Y con este caso ya suman quince los niños desaparecidos. Recordemos que la semana pasada tres niños tampoco llegaron a sus hogares. Las desapariciones han sido en grupos de dos y tres infantes. Se desconoce aún las causas, esto es todo un mis…

Santa apagó el televisor y volteó a ver a Vanessa. Se veía más imponente que de costumbre con su entrecejo fruncido y su cabello cortado estilo militar.

            —Muy turbio todo este asunto, hija —dijo mirándola a los ojos―. La policía no da con el responsable y no hay nota de rescate. Mis sospechas me dicen que pertenece a nuestro ámbito. El Árbol sabio piensa igual que yo —explicó.

            —Caray, qué siniestro todo esto. Y a doce días de Navidad, ¿Qué pasa con el mundo?

            —Lo sé —dijo con preocupación Santa―. Sé que estás ocupada y que queda mucho trabajo, hija, pero quisiera que te encargaras de esto personalmente.

            —Yo me encargaré de tus pendientes —dijo una voz a espaldas de Vanessa―. Es lo menos que puedo hacer por toda la ayuda que nos brinda Vane.

Era Soren, el elfo favorito de Santa. A pesar de no ser tan alto como un yeti, su aspecto era impresionante. Digo, los elfos de santa eran minúsculos y para los ciento setenta y cinco centímetros de elfo que era Soren, pues sí era una estatura considerable. El elfo corpulento saludó a su jefe con una cabezada.

            —Salva esos niños, chaparra —le sonrió el elfo.

            —Me gusta que tengas esperanza, Soren —replicó Santa.

            —Están vivos —dijo Soren—, me lo dice mi instinto.

            —De acuerdo, yo me encargo —concedió Vanessa y tomó a Tobías para llevarlo en su misión.

            —Llévate a Anselmo, sirve que entrena —sugirió Claus.

            —Y usa el trineo-jet, te será de utilidad —aconsejó el elfo.

            —¡Gracias! —gritó Vanessa mientras salía―. ¡Revisa las cartas! Me quedé en Canadá —dijo mientras se alejaba a toda velocidad.

            —Vaya, pues prácticamente el trabajo ya está hecho —dijo el elfo para sí.

 

Vanessa llegó derrapando al patio donde estaban los renos. Se asomó por encima de la cerca, ¿dónde estaba Anselmo? “Trueno, Relámpago, Travieso… ¿dónde estaba? ¡Ahí!”. Estaba recostado junto a Cometa. Un reno forzudo pero achaparrado estaba tirado recibiendo rayos de un Sol artificial.

            —¡Anselmo! —llamó ahuecando las manos―. ¡Ven, tenemos una misión!

Anselmo corrió a toda velocidad y dio brinquitos que lo elevaron un poco.

            —¡Eso es, mi muchachote! —dijo melosamente Vanessa— ¿Qué? —preguntó al ver a Cupido enfurruñado―. Ustedes tienen su misión y él la suya. No los puedo arriesgar —se excusó Vanessa, pero el reno solo resopló indignado.

Anselmo llegó hasta ella y él mismo se colocó sus riendas para el trabajo. La chica colocó a Tobías en su bolsa de acompañante del reno, lo aseguró y echó a correr. Llegaron hasta el hangar con los diferentes trineos de Santa y recorrieron hasta el final donde se encontraba el trineo-jet. Los yetis ya lo tenían listo para el despegue junto con el equipo de piloto de Vanessa y sus dos acompañantes. Incluso tenían un casco de piloto para el chihuahua.

            —Lo aprecio, amigos —agradeció Vanessa mientras subía al vehículo mitad trineo, mitad jet, mitad nave supersónica.

Ya sé que son tres mitades, pero es mi cuento y así suena mejor.

Vanessa encendió el trineo y los yetis se alejaron. Se abrió la puerta del hangar y unos duendes monitoreaban el despegue.

            —¡Pues a darle! —dijo Vanessa mientras el jet aceleraba y salían a mach cuatro del hangar (o sea, a casi cinco mil kilómetros por hora por si no saben de velocidades).

El destino ya estaba fijado en el jet y le habían mandado la información por correo electrónico:

     “Quince desaparecidos en menos de tres semanas, todos infantes, todos los casos en el mismo estado. Los infantes habían salido de sus casas por diferentes motivos…”

Siguió leyendo el informe de tres páginas y encontró un patrón. Todos los niños habían salido a divertirse de distintas formas, desde ir a centros recreativos hasta ir a pruebas de juguetes nuevos; de hecho, cinco de los niños habían ido a lo mismo (a probar juguetes) y no habían vuelto.

Vanessa modificó el curso al lugar donde se encontraba la empresa y llegaron ahí en menos de dos horas. Al llegar a la ciudad vio que algunos aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaban el área, fue cuando se dio cuenta de que Tobías se había dormido sobre el botón de camuflaje, apagándolo. Lo activó aprisa y desaceleró para poder despistarlos, encendió la radio para escucharlos mientras el corazón se le desbocaba en el pecho.

             Confirmo, halcón. Globo meteorológico —dijo una voz femenina por la radio.

            Aquí Halcón, secundo a Águila. No hay amenaza. Regresando a base —dijo una voz masculina.

Los dos pilotos dieron vuelta a sus naves y regresaron. Vanessa se sintió aliviada de pronto y empezó el descenso sobre un helipuerto que estaba cerca de su destino.

Descendieron a toda prisa no sin antes dejar el trineo colgado y camuflajeado en un costado del edificio. Sacó su disfraz, los de sus amigos y salieron a investigar.

 

Un tipo en traje estaba dando vueltas en su oficina en una importante empresa juguetera, se le veía preocupado, rascaba constantemente su barba de candado y tenía de fondo el clip del noticiero donde dieron la nota sobre los niños desaparecidos.

            —Buenas tardes, ¿me concede un minuto de su tiempo?

El sujeto se sobresaltó al ver a una Vanessa vestida como reportera o investigadora. Gabardina negra, lentes obscuros, grabadora de voz, celular para sus notas, gorra oscura a juego y cargando a Tobías; que también portaba un atuendo similar. Anselmo estaba detrás de ellos camuflajeado como un enorme perro gris de aspecto feroz, aunque por dentro era el simpático reno de Santa de siempre.

            —¿Cómo entraste aquí? —inquirió el tipo en traje. Era el asesor de imagen pública de la empresa―. ¿Quién te dejó pasar?

            —Trabajo para el Detective Claude —mintió mientras le apuntaba con la grabadora de voz y después le mostraba una placa falsa— y vengo a hacerle unas preguntas. ¿Puede cooperar, por favor?

Anselmo hizo lo suyo al acercarse amenazante, aunque debajo del encantamiento estaba la mar de divertido.

            —De acuerdo, de acuerdo, ¿qué quiere saber? —dijo acomodándose la corbata, claramente nervioso.

            —Cuénteme todo lo que pasó el día que desaparecieron los niños.

El empleado le explicó que los niños habían ido en autobús a probar algunos juguetes que iban a ser lanzados con motivo de Día del Niño del siguiente año. Fueron acompañados con un chaperón casi todos, excepto los dos que desaparecieron. Fueron, probaron los juguetes, se les interrogó, regresaron todos al autobús, los dos chicos en cuestión se sentaron hasta el fondo porque los demás los estaban molestando y, cuando llegaron a la parada donde los esperarían sus padres, los niños ya no estaban.

            —¿Notó algo raro? —cuestionó Vane―. O sea, antes de subir al autobús, me refiero.

            —De hecho, sí —empezó a decir el interrogado―. Uno de ellos dijo que había visto un payaso cuando estaba probando los juguetes. Y el otro dijo que había muchos escorpiones en el baño cuando venía de allá.

Vanessa levantó una ceja a modo de pregunta.

            —La psicóloga del edificio lo acompañó al baño y revisó que no hubiera nada, es verdad —explicó―, fumigamos cada quincena. ¡Espere! —dijo de pronto―. Por eso los niños se sentaron retirados en el autobús, los otros chamacos los estaban molestando porque uno les temía a los payasos y el otro a los insectos —dijo de repente―. Eso nos lo comunicó el chofer.

            —Entiendo, entiendo —concedió Vanessa haciendo como que anotaba, pero la verdad es que ella tenía muy buena memoria―. Debo suponer que en este edificio no tienen ni escorpiones ni payasos, ¿cierto?

            —Así es —confirmó―. De hecho, revisamos las cámaras de seguridad y no se aprecia a nadie ni nada inusual.

            —Comprendo. Mire, Señor… —dejó el comentario al aire.

            —Martínez —completó él.

            —Martínez. Debo ayudar al detective y necesito toda la información posible. Voy a entrevistar a la psicóloga y a los de seguridad, ¿le importa? —dijo al tiempo que se bajaba las gafas y Tobías hacía lo mismo.

            —No, adelante —contestó él―. Dese vuelo, debo manejar la imagen de todo el corporativo y todas estas desapariciones están ligadas a la empresa. Cuanto más pronto resuelva esto, mejor.

Mientras se dirigía a su destino, Vanessa revisó la información. Era verdad, todas las desapariciones estaban ligadas al mismo grupo al que pertenecía la juguetera, aunque fuese indirectamente: Los parques recreativos, las salas de cine, las librerías y la juguetera misma.

Vanessa fue primero con los de seguridad donde solo había dos personas. Qué raro, para tener tantas cámaras, solo había una chica menuda de monitoreo y una guardia larguirucha en ese momento. Se le hizo muy peculiar para un edificio tan grande. Las chicas ya la estaban esperando cuando ella entró, la guardia con un pan en la boca.

            —Detective, buenas tardes —saludaron torpemente al unísono―. ¿En qué podemos ayudarle?

            —¿Me permiten ver las cámaras que enfocan a los dos niños desaparecidos? Por favor —pidió Vanessa.

            —Claro —dijo la monitora mientras desplegaba varias ventanas sobre una pantalla enorme―. Tenemos los videos de cuando llegan los niños, de cuando están probando los juguetes y de cuando se retiran del lugar —dijo señalando varias ventanas con el puntero del ratón.

            —¿Me pueden mostrar donde el niño se asusta con el payaso? —solicitó Vanessa.

La monitora pasó el video donde se muestra al niño sentado, probando el nuevo juguete y volteando súbitamente a una puerta entreabierta. En el video se veía que el niño se pone nervioso y empieza a llorar de la nada.

            —Como puede ver, no hay ningún payaso, mire —dijo mientras reproducía nuevamente el video―, no hay nada. No se aprecia nada. Y dentro del edificio tampoco hubo nadie con disfraz de bufón.

            —Aunque no haya nada en el video, para el muchacho fue real —habló de pronto la guardia―. Y si para el niño fue real, debió haberse atendido inmediatamente.  Es lo que los adultos no entendemos, cuando uno se asusta de chamaco, debe investigarse por qué y tratarlo a la brevedad. No se le debe de tratar de loco, eso es un error de nosotros como adultos y papás.

La guardia tenía razón, por supuesto. En el video se mostraba que la persona junto al niño minimiza el problema e incita al niño a volver a jugar, y ni siquiera revisa la puerta.

            —¿Pueden volver a ponerlo? Quiero ver algo —pidió Vanessa. Mientras transcurría el video, Anselmo se retiró un poco y empezó a temblar.

            —¿Lo ve? No hay nada —sentenció la monitora— y si vemos el video del pasillo, tampoco se ve nada. No sabemos qué haya visto el niño —explicó— o qué se haya imaginado, pero en el video no aparece. Y lo mismo pasó con el muchacho de los alacranes, una persona comprobó que no había nada.

Vanessa agradeció la atención y salió del centro de vigilancia.

Las dos chicas no pudieron verlo, pero estaba ahí. Una sombra se proyectaba en la puerta y solo el niño podía ver con claridad algo. Claro, Vanessa también podía apreciar algo porque ella tenía el alma de un infante a pesar de sus dieciocho años. Algo siniestro rondaba el edificio y debía averiguar qué era.

Tocó a la puerta y la recibió una chica delgada con el cabello suelto y unos lentes enormes.

            —Ah, es usted la detective —dijo con una sonrisa―. Pase, por favor.

            “Detective”, empezaba a gustarle ese título. Entró y se sentó frente al escritorio de la psicóloga. Acomodó a Tobías en la otra silla y este se quedó viendo la puerta con aburrimiento al igual que Anselmo.

            —Buenas tardes —saludó Vanessa—, tengo varias preguntas que hacerle. Espero no le importe.

            —No, para nada —replicó la psicóloga―. Por favor, en lo que pueda ayudar.

Vanessa empezó el interrogatorio y no arrojaba ningún dato nuevo. Niño asustado, aparente alucinación, no lo atendieron en el acto. Lo que sí fue diferente, fue el chico de los arácnidos.

            —A él si me dejaron verlo —explicó―. Yo lo llevé personalmente al baño, tuvo una ilusión visual y su mente creó esa imagen. Yo misma entré al baño antes y después y no había nada. Me comentó que el día anterior no durmió bien por la emoción y en la mañana no desayunó lo de siempre. Seguramente fue eso.

            —¿Con el otro niño no hizo lo mismo? —preguntó Vane.

            —No, esa boba empleada nueva que trabaja en investigación no me dejó —se quejó―. Feba, o algo así. Minimizó el problema como siempre. Ay, como me cae mal —dijo en tono molesto―, pero supe que el infante estuvo intranquilo todo el rato.

Siguió haciendo preguntas sobre la chica y al parecer ella también había estado presente en la prueba anterior del producto. No solo eso, había estado presente en otros dos eventos donde también habían desaparecido niños.

            —Mire, no es por cizaña —aclaró la psicóloga a la defensiva―, pero tiene que admitir que está muy raro. ¿Cree que sea sospechosa?

Vanessa se encogió de hombros. Ahora debía encontrar y entrevistar a Feba. Iba a hacer otra pregunta a la psicóloga cuando notó que Tobías empezó a temblar y saltó para acurrucarse en su regazo. La psicóloga se asomó por encima del hombro de Vanessa.

            —¿Pasa algo? —preguntó Vanessa, que también volteó para ver a la puerta.

            —No, nada —contestó la psicóloga―. Me pareció ver a alguien afuera.

Anselmo también se encontraba intranquilo, el pelo de su lomo se le erizó como a un perro de verdad.

            —¿Me puede decir dónde encontrar a esta chica? —inquirió nuestra heroína.

La psicóloga le dio instrucciones de cómo llegar al área donde trabajaba y Vane salió de la oficina.

Ahora tenía a su sospechosa principal. Si no daba con ella, lo siguiente sería ir con el chofer del autobús, pero sus instintos le indicaban que ella tenía mucho que ver.

            ¡Qué raro!, ¿no te parece? —esa voz la sacó de su ensimismamiento. Era Soren, a través del comunicador que portaba en la muñeca.

            —¡Soren! ¡No me asustes, caray!

            Disculpa, quería saber cómo ibas. ¿Así que andas en México? ¿Te va bien con el acento y todo?

            —¡Pues a huevo! —contestó la chica.

            Ja, me alegro —comentó el elfo―. Ahora te diriges con esa muchacha, ¿verdad? Ten cuidado, tengo una corazonada de que algo peligroso se oculta en ese edificio.

            —Lo sé, pienso igual —contestó la muchacha―. Tendré cuidado.

Vanessa ya estaba llegando al área donde encontraría a la chica y fue cuando la divisó. Una muchacha delgada con el cabello rubio platinado y caminando despreocupadamente. Vestía un atuendo formal con falda.

            —¡Oiga, señorita! —alzó la voz Vane―. ¿Puedo hablar con usted? Febe, ¿no es así? ¡Oiga! —volvió a alzar la voz.

La chica apresuró el paso, era obvio que la había escuchado.

            —Oiga, oxigenada —insultó Vane―, le hablo a usted.

Y la chica comenzó a correr.

            —Ah, mi parte menos favorita —se quejó Vanessa al tiempo que empezaba a acelerar―, la persecución. ¡Rápido, Anselmo! Sé silencioso, no queremos llamar la atención —Vanessa apretó el paso sin hacer ruido y Anselmo flotó unos pocos centímetros sobre el piso igualando su veloz andar.

Siguieron a la chica por todo el pasillo hasta que dobló en una esquina, bajó varios pisos por una escalera y se adentró en una especie de bodega con muchas cajas...




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