Vanessa había entrado al taller de su papá y se quedó maravillada con todo lo que había encontrado ahí. Juguetes nuevos, invenciones fantásticas y las cartas favoritas de su padre. Sin embargo, algo había llamado su atención y se quedó admirando eso por horas. Como no aparecía para la comida, su padre fue a buscarla.
—Hija, tu mamá está preocupada —dijo al encontrarla en lo más recóndito de su taller—. Dime, ¿por qué no has ido a comer?
Cuando vio lo que observaba su hija lo comprendió todo.
—Papá, ¿todos estos son Santas? —preguntó su hija señalando un cristal. Enfrente de ella había un enorme cristal azul transparente. Fácilmente podría confundirse con algún mineral o piedra semipreciosa salvo por un detalle: Unos cristales de hielo en su interior formaban figuras de distintas personas, se desvanecían y formaban otras en un carrusel sin parar.
Su padre le acercó una silla, él acercó un banco para sí y tomaron asiento para poder explicarle.
—Así es, hija —concedió—. Todos ellos han sido Santa Claus. Desde el primero que fue romano, hasta la última antes de mí, una mujer de California. Todos y cada uno hemos desempeñado la función de ser Santa Claus y esparcir la caridad.
—¿Y todos han sido como tú? —preguntó la hija.
—Jo, jo —rio su padre—. No, mi niña, todos hemos sido tan distintos como hemos podido serlo. Mira —dijo y se levantó para caminar hasta el cristal—. Este de aquí —explicó mientras detenía la imagen en un Santa muy musculoso y con cabello corto— era soldado antes de ser un Claus. En realidad —dijo corrigiéndose—, era médico militar. Después se convirtió en Santa.
—Guau —se asombró la niña—. Oye, ¿y esa de ahí? —dijo señalando a una mujer de color con abundante cabello lacio.
—Ah, ella… —observó su padre mientras detenía la imagen para su hija—. Ella era una monja que daba de comer a los necesitados, sobre todo a los niños. Cuando ya tuvo una edad avanzada —explicó—, pues fue elegida para ser Santa.
—Entiendo. Entonces, ¿todos han tenido labores interesantes? —preguntó la niña.
—Pues… no —contestó—. Ha habido algunos que… —dijo Santa mientras deslizaba las imágenes hasta dar con una de un tipo delgado y con un traje sobrio— por ejemplo, este tipo. Lo perdió todo, su mejor amigo, su hija, su esposa, enfrentó la enfermedad de su mejor amiga y perdió el trabajo de sus sueños. Fue un Santa muy diferente, a decir verdad.
—¿Era malo, papá? —inquirió la pequeña.
—No, por supuesto que no —aclaró el papá—. Él dejaba el rol de Santa durante todo el año y volvía cada diciembre a ser Claus nuevamente. Tenía una vida normal que llevaba pese a todas sus tragedias y, sin embargo, cumplía con el rol anualmente y lo hacía de buena voluntad.
—Si su vida era tan difícil —reflexionó la chica—, ¿Cómo es que no se volvió malo? O más bien, ¿Cómo es que decidió ser Santa pese a todo eso?
Claus no tenía una respuesta. Su hija se la puso difícil. Trató de buscar un ejemplo hasta que dio con uno que ella conocía.
—Ese superhéroe que te gusta tanto… —dijo mientras giraba su muñeca y trataba de recordar el nombre— ¡BATMAN! —recordó finalmente— Él tuvo una historia trágica y perdió a sus padres, pero no dejó que eso mermara su espíritu y se volvió una figura de bien.
—Ay, papá —dijo divertida—. Pero Batman tiene a Alfred. Además, yo tampoco tuve padres, ¿recuerdas? Tú me adoptaste —expresó la niña señalando a su papá— y gracias a eso ahora tengo dos familias.
—Cierto —concedió—, tienes razón. Lo que trato de decirte, Vanessa —dijo después de reflexionar—, es que no hay una fórmula para ser Santa, o un manual. Tampoco hay una para hacer el bien. Los valores que te inculquen, la formación que tengas y el carácter que forjes son solo algunas de las cosas que definen cómo actuarás. Sin embargo, todos los que han estado aquí, incluyéndome, han tenido la voluntad de hacer el bien a pesar de todo.
La niña se quedó absorta con todo lo que su padre decía.
—Además —agregó—, tampoco necesitas ser un Claus para hacer lo que hacemos. Cuando por una u otra razón Santa no puede actuar, hay personas que toman su lugar; gente normal dispuesta a sacrificar algo para hacer a alguien feliz. Ese es el espíritu de nuestra labor.
Vanessa estaba maravillada con la explicación. Santa dejó que el cristal siguiera desplegando las imágenes y cargó a su hija en brazos.
—En otra ocasión te explicaré más cosas —dijo—. De momento, tienes que ir a comer.
Salieron del taller mientras el cristal seguía desplegando imágenes muy variadas de personas sonriendo...
Este cuento no alcanzó a estar en mi libro “Relatos en Prosa para Gente Canosa. Colección de Cuentos Navideños”. Les dejo este borrador como regalo con la promesa de que si estará para una secuela.
¡FELICES FIESTAS!
Khan Medina
0 Comments: