Les dejo esta historia que escribí como obsequio para la maestra Guille. Forma parte de mis libros de Relatos en Prosa para Gente Canosa y ...

Regalo

 Les dejo esta historia que escribí como obsequio para la maestra Guille. Forma parte de mis libros de Relatos en Prosa para Gente Canosa y para Gente Ociosa. Espero lo disfruten. Recuerden que es el borrador.


Regalo.

Faltaban doce días para la víspera de Navidad y Santa en persona buscaba a unos niños perdidos. Iba vestido con su tradicional abrigo verde y no con su atuendo rojo comercial. Las pistas lo habían llevado hasta un pequeño almacén abandonado cerca de un pueblo minero. El clima frío y la nevada hacían estragos en la zona.

            Un anciano de barba blanca azulada ya lo esperaba ahí. Llevaba un abrigo como los que usan algunos soldados rusos.

            —Llegas tarde, James —dijo el anciano y levantó una ceja—. Te estas poniendo viejo.

            —Soy viejo —contestó James Fixer, el Santa actual—. Somos, si no me falla la vista. Ded Moroz, qué bueno que viniste.

            El anciano de barba blanquiazul era el mismo padre de la Navidad ruso. El llamado Abuelo Escarcha es quien lleva regalos a los niños en año nuevo.

Santa se alisó su traje color verde y se ajustó su gorro rematado en una borla.

            —No me perdería la acción por nada —contestó Escarcha.

            El par de ancianos se acuclillaron en la nieve y observaron a lo lejos la bodega.

            »Mi magia de congelación está mermada, Santa. Por eso le he pedido a Jack que venga y nos eche una mano.

            —¿No tiene tu sobrino los mismos poderes que tú?

            Ded Moroz, se tardó en contestar.

—Solo no te enojes que lo haya invitado… —dejó en suspenso la frase.

 

La puerta del almacén fue abierta con una violenta ventisca.

—¡A ver, zánganos y trapos feos, salgan de su escondite! —gritó Escarcha—. Sabemos que tienen a los niños, si salen ahora, no les congelaré su malvado trasero.

Un montón de personajes en sombras se removieron en la oscuridad. Santa iluminó el lugar con una esfera navideña. Varios hombres harapientos con barbas tupidas y sacos a la espalda rehuyeron del fulgor. Tenían una postura encorvada y se taparon la cara al ver la luz.

Uno de ellos no reculó y alzó la voz.

—Debo sentirme halagado —dijo meloso—. El par de vejetes de la Navidad vino personalmente a pararme los pies. ¡Bienvenidos sean!

Hizo una torpe reverencia y dejó caer su costal del que salieron unos huesos pequeños. Santa se asqueó ante tal escena.

»No te preocupes, Santa. No es lo que crees —continuó—. Son perros de la calle, yo no como niños. Solo nos alimentamos de su energía vital.

Ded Moroz canalizó magia al orbe de Santa y la luz inundó todo el edificio. En el lugar se veían varios niños petrificados con expresión ausente y todos con un color grisáceo. Escarcha comenzó a acumular poder en un cetro que hizo aparecer y apuntó a los niños.

»Como podrás ver, Ded Moroz, los niños no están congelados, así que tu inútil magia no hará efecto.

El aludido no hizo caso y apuntó a los niños. Ded Moroz era famoso por controlar el frío y congelar a los malos. Los buenos no eran afectados por su poder.

—No los voy a descongelar —alzó su bastón como una jabalina y la lanzó a los niños. Estos desaparecieron en una nube de copos de nieve—. Los quiero fuera de aquí para patear tu mugroso trasero.

—¡Ja! ¿Y creen que me van a ganar dos ancianos? No me hagas reír —se burló el monstruo y se inclinó mientras mostraba unos feúchos dientes amarillos.

La magia de Santa dejó de canalizar y la luz se apagó. Ocultó su orbe mientras miraba alrededor. Los hombres del costal se apiñaron alrededor del par de ancianos como una amenaza. Ded Moroz intentó canalizar magia de hielo, pero esta no acudía a él de forma normal.

Ded y Santa intercambiaron miradas y alzaron los puños listos para el combate. Los monstruos se abalanzaron contra ellos con exceso de confianza, pero su lucha no duró mucho. Uno a uno fueron derrotados con una combinación de puñetazos del par de personajes invernales. Al menos un centenar de ellos habían sido reducidos a polvo, pero nuestros héroes se veían apenascansados.

»¿Tan pronto se les acabó la pila? ¡Ja! —se burló el hombre del costal líder de los monstruos—. Y eso que todavía faltan diez veces más de esos.

Las sombras se arremolinaron y más costaludos se formaron frente a Santa y su amigo. Ded solo se cruzó de brazos y sonrió con suficiencia.

—Bueno, ya no ha de tardar en llegar Jack, hasta podríamos ir descansando.

El anciano se desperezó y se sentó con las piernas cruzadas frente a la cuadrilla de monstruos.

—¿Tu estúpido nieto Jack Frost podrá con todos ellos? Pero si la magia de nieve está mermada en este lugar. Ese leñador de cuarta no podrá con nosotros —habló confiado su rival.

El hombre del costal mencionaba a Jack Frost, el nieto de Ded Moroz. Era un ser inmortal con aspecto de leñador musculoso y barba tupida.

—Ojalá fuese mi nieto el Jack que viene… —dejó la frase en el aire mientras la penumbra llegaba al lugar.

—¡Ay, no! —murmuró Santa y se santiguó antes de quitarse su gorro verde y dejaba un corte militar al descubierto.

La poca luz que quedaba se vio tragada por una inmensa oscuridad. Unos gritos empezaron a sonar entre el ejército de hombres del costal. De vez en cuando aparecía una cara espantosa, como si fuese una máscara iluminada por un brillo naranja.

—Del tacaño Jack, los malos huyen —empezó una voz tétrica a canturrear—. El mismo diablo mi voz elude.

Un rostro como el que se ve en las calabazas en Halloween era lo último que veían los pobres monstruos antes de desaparecer.

—¿Quién diablos anda ahí? —preguntó el líder de los malos.

—Ah, ah, ah. Todo menos el diablo, mequetrefe.

Una luz naranja iluminó por completo la bodega. Un anciano con porte fino, pero con cara de pocos amigos se postraba ante el monstruo. Tenía una calabaza que colgaba a modo de farol y un traje lujoso en colores negro y morado.

»Me llaman Jack-o'-lantern, maldito monstruo. Más te vale que me temas. Expulsado del infierno, prohibido en el cielo, dueño de su miserable alma, ese soy yo. Soy la máscara de las calabazas en la víspera de Todos los Santos. Y Ahora… te arrepentirás de haber entrado en mis terrenos.

Varios hombres del costal intentaron abalanzarse sobre Jack, pero este se fundió en las sombras y los hizo estrellarse contra ellos mismos. Una sombra los cubrió por completo y lanzaron chillidos de horror. Cuando volvió la luz, todos ellos temblaban en el piso, dos de ellos acurrucados como bebés.

—¿Qué les hiciste, maldito naranja?

—Ah, aparte de todo, eres racista. ¡Qué asco me das! —se burló Jack y se materializó en sombras frente al líder de los monstruos.

Jack estaba por alzar su lámpara frente a su rival, pero este fue empujado por dos de sus colosales harapientos.

O’-lantern los golpeó con su farol y acto seguido sus rivales se retorcían de miedo. Empezaron a salir como hormigas el resto de las huestes costaleras, pero todas ellas eran despachadas por nuestro héroe en morado y negro.

El líder de los monstruos miraba la escena horrorizado. Se aterró más aún cuando el par de ancianos navideños caminaban hacia él con paso resuelto.

—¡No se acerquen! —gritó—. Puedo convocar más de mis súbditos con solo ordenarlo —y sacó un costalito pequeño que parecía petrificado—. ¡Vengan a rescatar a su amo! —le habló a su pequeño artefacto.

Ded Moroz no flaqueó nada y justo cuando iba a alzar su cetro congelador, un montón de hombres del costal de todos los tamaños se abalanzaron sobre él. Santa corrió con la misma suerte.

Los monstruos no dejaban de salir, pero nuestros protagonistas no daban tregua tampoco. Ded Moroz congeló a varios, pero su báculo volvió a flaquear. Notó algo raro al intentar impulsarse hacia las alturas y el salto no tenía la fuerza que él esperaba. Miró confundido a Santa, que se movía cada vez más lento.

—Ya lo notaron, ¿no? —se regodeó el líder de los adefesios—. Su magia está siendo mermada porque realmente estamos en mi escenario y yo —se señaló con el pulgar— soy el actor estelar.

Santa corrió hacia una de las puertas y se topó con una especie de membrana invisible.

—Ded, no me lo vas a creer, pero esto es un costal gigante —alzó la voz sobre su hombro.

—¡Correcto, mi odiado vejete en verde! —se burló—. Estamos sobre el cuerpo de uno de los míos, uno colosal. Su magia los envuelve de a poco mientras nulifica sus poderes.

Santa retrocedió unos pasos mientras veía que sus aliados perdían terreno. Jack ahora era quien se veía preocupado.

—¡Hay que salir de aquí! —gritó James al tiempo que su pedante rival se materializaba frente a él.

—¿A dónde crees que van, vejestorios? —habló muy confiado.

¿Ven? Les dije que era un pedante.

Santa intentó sacar cosas de su abrigo para combatir, pero nada acudía a él. Su magia se desvanecía. Sus aliados eran superados por una abrumante multitud. Ya no quedaba mucho tiempo.

El petulante monstruo sostuvo las muñecas de Claus mientras le susurraba:

—¿Qué queda del gran Santa sin su magia?

El anciano en verde no contestaba, el aura mágica que lo rodeaba se apagó por completo y agachó la mirada un momento…

Un cabezazo repentino a la nariz hizo flaquear al líder de los malos. Se llevó las manos al rostro mientras trataba de detener el flujo de sangre.

—¿Qué queda de Santa sin su magia? —repitió Claus a voz en cuello—. ¡Queda mucho James Fixer! —decía al tiempo que conectaba dos rectos a la cara de su rival.

»Oficinista, paramédico, carpintero, maestro de boxeo como podrás observar —vociferaba al tiempo que conectaba un gancho al mentón—. Yo no fui alguien gracias a la magia de Santa. ¡Yo siempre fui alguien gracias a mis propios méritos! El trabajo duro forjó a la persona que tienes enfrente.

El hombre del costal tambaleó un momento mientras trataba de pedir tregua con una mano, pero Santa lo agarró por la nuca y le dio un rodillazo para reventarle la nariz.

Por la mente de James surcaban las imágenes de sus hijos biológicos y de la pequeña que adoptó y que nombró Vanessa. Su hija que siempre le ayudaba con misiones difíciles.

»Fui un padre que amó a sus pequeños y que sufrió por ellos. Tuve la dicha de amar y sufrir otra vez gracias a mi querida Vanessa. ¡No sabes cuánto repudio a la escoria que lastima a los niños!

A estas alturas, el desgraciado villano se sostenía por mero orgullo.

—Amigos, ¿me podrían…? —empezó a hablar, pero James lo sujetó por la quijada.

—Si mi querida hija no necesita de magia para librar sus batallas, ¡pues yo tampoco!

Santa arrastró a su rival contra la pared de costal gigante y empezó a golpearlo contra ella. Unos hilos empezaron a hacerse visibles y desgarrarse. El desgraciado de su oponente cayó como un trapo al mismo tiempo que un montón de monstruos congelados eran arrojados fuera del lugar al inhóspito frío. Otros tantos salieron despavoridos presa de horrores que solo estaban en sus mentes.

El líder de esta hueste de adefesios estaba tendido en el suelo, completamente inconsciente. Ded Moroz le apuntó con su báculo y lo congeló para luego mandarlo a las sombras de Jack.

Se quedaron un momento en silencio. Llegaban a sus oídos el sonido de varias voces infantiles. Los niños abducidos ya despertaban. Fue Jack quien habló primero.

—James… tu magia —empezó a decir con un nudo en la garganta—. No sabía que se estaba acabando.

—Hace un par de años usé la bendición de Sinterklaas. No podía salir, de modo que pasé mis poderes a mis amigos para que ellos entregaran los regalos.

—Claro —concedió el anciano Jack—, los niños debían tener el regalo del asombro y tú tenías que perpetuar la caridad.

Ded Moroz carraspeó y apartó la mirada.

»¿Cuánto tiempo te queda, amigo? —preguntó sin más Jack.

—No lo sé, pero ¿qué más da? He vivido bien, ¿no? He instruido bien, he hecho mucho bien fuera de Nochebuena. He criado a una hija de forma ejemplar. Estoy orgulloso de todo mi actuar como Santa y como James. Mi vida y mi legado me llenan de felicidad. Si mi tiempo como Santa se me acaba, no me arrepentiré de nada.

—¿Y si se te acaba tu otro tiempo? —quiso saber Jack.

—Tampoco lo lamentaré. Es verdad que mi enfermedad del corazón podría volver, pero estoy dispuesto a aceptarla. Así es la vida y es un regalo tal cómo es.

Jack intentó pedir apoyo moral con la mirada, pero Ded Moroz lo miró de forma significativa.

—Somos inmortales, O’-lantern, no podemos saber algo de eso. Lo que sí sé, es que lo efímero de la vida es lo que la hace hermosa y valiosa. Te respeto por eso, James —volteó a verlo—, has aceptado la ofrenda de la vida con todo lo que conlleva.

Los tres ancianos se quedaron en silencio mientras los padres de los niños llegaban por ellos.

Las lágrimas empezaron a salpicar el lujoso calzado de Jack mientras Santa empezaba a recobrar sus poderes de nuevo y su sonrisa volvía a ser la misma.



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