Yvan, el
muñeco de nieve de chocolate, estaba en camino para realizar las últimas
compras navideñas en un centro comercial. Ya casi había llegado cuando su amigo
Betrón, un hámster con el espíritu de batalla vikingo, se le unió en una bola
de roedor motorizada y con giroscopio. Apenas eran las siete de la mañana del
viernes después de Acción de Gracias.
—Hola, amigo —saludó el roedor—.
¿A dónde vas con tanta prisa?
—¡Hola! Compras de última hora
del Black Friday —dijo entrecortadamente—. Son los últimos regalos que
me faltan para Navidad.
—Te acompaño —dijo y aceleró
para llegar antes que su amigo.
Los muchachos entraron como
furia a la tienda y estaban listos para la avalancha de gente, pero no había
más que unos pocos compradores y unos empleados desanimados.
Yvan miró de reojo a su
compañero y se extrañaron de ese escenario. Caminaron por la tienda sin
pronunciar palabra y echaron a un carrito de compras los últimos regalos de
Navidad para su amigo. Por el camino vieron ofertas de locura, como smartphones
rebajados a mitad de precio, televisores a precios de regalo y promociones
de libro del 3x2. Todo lo normal en esa fecha, pero la tienda a solas. Llegaron
hasta la caja para pagar las cosas y el cajero los miró con una hueva como de
burócrata en viernes y les cobró.
—La verdad, es que no le veo
caso a comprar cosas tan baratas —escucharon a sus espaldas—. Además, ya gasté
mucho en la sencilla cena de Acción de Gracias como para aprovechar el Black
Friday.
Yvan y Betrón voltearon al mismo
tiempo.
—¿Escuchaste eso? —preguntó
alarmado el hámster.
—Sí que lo oí —contestó perplejo
Yvan—. Ningún estadunidense que se respete hablaría así.
Un escalofrío recorrió el cuerpo
del muñeco de nieve. Que ya era mucho, digo, ¡ERA DE NIEVE!
—Algo siniestro debe rondar por
aquí —murmuró Betrón que empezó a consultar su bestiario del árbol sabio en su
teléfono—. ¿Qué será? ¿Qué causa todo esto? —decía mientras buscaba en el
índice—. Lo único que me suena es el espíritu de la tacañería.
El comunicador en el brazo de
Yvan se encendió de color rojo y el Árbol Justino le habló a través de él.
—¡Muchachos, hay una amenaza
código carmín para la economía! ¡El espíritu de la tacañería, Pincher, está por
la zona! Necesito que lo enfrenten y lo capturen para que no interfiera con el
flujo monetario.
—¡Ja! Te lo dije —se jactó
Betrón.
—Creí que la época navideña era
más que consumismo desmedido y gastos a lo idiota —replicó el chocolatoso.
Justino se quedó callado un
instante.
—¡No digas estupideces, Yvan!
¡Mucha gente es caritativa en esta época! ¡Imagínate que de la nada se vuelven
tan amarrados como político post campaña! Además, si me vienes de nuevo con ese
discurso gastado de consumismo de película barata navideña, te despido. Impidan
a toda costa que este Espíritu empiece ahora con su avaricia contagiosa. ¡YA!
Yvan apagó el comunicador y se
lanzaron a buscar al culpable de este escenario. Revisaron toda planta baja del
centro comercial y empezaron a revisar el segundo piso.
—¿Cómo se supone que es este
rival? —preguntó Yvan.
—Es un tipo mezquino, mal
arreglado, con penetrante olor a sustancias enervantes. Lleva ropa que no
combina y su cabello es actualmente rubio.
—¿Actualmente? ¿A qué te
refieres?
—El espíritu de la tacañería
busca por lo general un contenedor, un humano. No es un ser inmortal como otros
entes que enfrentamos. Es más bien como el Heraldo de la Caridad, Santa Claus.
—Podría ser cualquiera —dijo
Yvan.
—O podría ser ese tipo de ahí —dijo
Betrón al señalar a un tipo larguirucho con una camisa amarilla que batallaba
con una máquina de expendedora.
El sujeto en cuestión estaba
junto a un tipejo con cara de pocos amigos. Tenía un aura solitaria y lucía
como el típico político malhumorado.
—¡Buenas tardes, caballeros! —saludó
Yvan al dúo aquel y estos se dieron la vuelta.
El par aquel saludó con una
cabezada a nuestros héroes con total naturalidad.
El dúo de roedor y muñeco de nieve no vieron
nada peculiar en ellos y estaban por irse cuando aquel sujeto en amarillo
habló:
—Oigan, ¿no tendrán una moneda? Es que se me
hace una grosería tener que pagar dos monedas por una soda.
Las alarmas saltaron en nuestros héroes y se
pusieron en guardia en un parpadeo.
Betrón miró alternadamente a la foto del
bestiario y al sujeto andrajoso. Se supone que lo actualizaban de forma
periódica, pero el tipo de enfrente no se parecía en nada a la foto en su
libro. Sin embargo, había algo siniestro en su compañero bien vestido.
—Tú no eres el Espíritu de la Tacañería, ¿o sí?
—preguntó confundido el roedor.
—Bueno, soy el nuevo —contestó como si nada y
su amigo se dio una palmada en la cara—. El anterior ya no quiso pagar la
membresía y ahora soy yo. Me sobraba cambio y me pareció buena inversión.
Su compañero lo miró perplejo de lo estúpido
que era. Es decir, se acababa de revelar como uno de los villanos de este
cuento.
—¡A ti te conozco! —gritó Albertrón y señaló al
otro sujeto—. Eres Solitud, el Espíritu de la Soledad.
El señalado se irguió e hizo una reverencia.
Yvan guardó sus regalos en una bola mágica
navideña y la ocultó en su chocolatoso cuerpo. Ahora nuestro muñeco tenía
artilugios de este tipo, pues desde hacía un tiempo ya eran compas de Santa.
—Oigan, ¿ustedes no traerán algo de cambio
para…? —preguntó Pincher y fue golpeado por Betrón
en la entrepierna— ¡Oye, no me dejas terminar! —se quejó claramente indoloro.
—¿Cómo es posible? —preguntó el
hámster y retrocedió en su esfera.
—Seguramente su falta de
blanquillos permite que no sienta dolor —sugirió Yvan—. O los tiene de adorno…
Solitud se puso en guardia y
estaba a punto de convocar a sus relicta al chasquear los dedos, cuando Yvan le
congeló la mano.
—De seguro ibas a invocar algo —gritó
Yvan—. Ni se te ocurra. Este será un dos versus dos parejo.
Yvan cambió sus puños por
guantes gigantes de boxeador, mientras la esfera de Betrón empezó a envolverse
de armas de todo tipo. En cambio, Solitud intentaba descongelarse la mano y
Pincher buscaba monedas en el piso.
—¡Párate, maldito inútil! —gritó
Solitud a su aliado.
Su compañero, de forma torpe, trató
de meterse el cambio en los bolsillos cuando el hámster lo embistió a toda
velocidad en el estómago. El espíritu de la Soledad iba a gritar algo cuando
Yvan lo golpeó a dos puños en la cara.
El par de tipos cayeron a una
especie de jardín diminuto con fuente en el piso de abajo. Albertrón siguió con
la golpiza con el cuerpo tendido de su rival, que con cada golpe soltaba más y
más monedas. Solitud, en cambio, trataba inútilmente de protegerse de los golpes
de nuestro heroico chocolatoso. Solo que ahora había cambiado sus guantes de box
por unas bolas con pinchos. Después de una decena de catorrazos, el pobre rival
de Yvan dejó de moverse.
Apenas tomó un respiro, el
muñeco de nieve volteó a ver a su amigo que salía propulsado como por un gas
amarillo. Este se expulsó de su esfera de hámster, se colocó rápidamente un
cubrebocas y descendió en un paracaídas miniatura. Fue atrapado al vuelo por su
compañero.
—¿Qué te pasó, Betrín?
—Ese asqueroso —dijo mientras se
tapaba la nariz— me echó su aliento de cantina de mala muerte en la cara. ¡Casi
vomito!
—¿Huele a alcohol?
—¡Huele a una cantina! —replicó
asqueado— ¡A TODA LA MALDITA CANTINA! Baño incluido. No me jodas, ¡qué perro
asco!
Yvan sacó un trineo en miniatura
para armar a su amigo y después se preparó para arremeter contra aquel
pestilente.
Pinche se levantó con aparente
dolor y empezó a beber agua de la fuente, pues era gratis. Se alació el cabello,
un aura maligna se empezó a formar alrededor de él y corrió contra Yvan para
intentar golpearlo. Pero falló humillantemente al tropezarse con sus agujetas de
mala calidad.
—Oye, Betrón, ¿de verdad este
tipo es una amenaza? —preguntó incrédulo Yvan.
El hámster vio con pena ajena
que aquel rival no valía ni medio centavo. Se decepcionó un poco, a pesar de
que el tipo parecía tener influencia en todo el poblado con su tacañería
contagiosa.
—No sé si sea una amenaza, pero ¿crees
que si lo maltratamos un poco merme su poder sobre la gente?
—Pues solo hay una forma de
averiguarlo, ¿no?
Antes de empezar con una colosal
golpiza, Yvan fue a buscar a Solitud para enterrarlo en nieve, pero este ya
había desaparecido. Y tiene sentido, pues era un espíritu de soledad, ¿qué estaba
haciendo en compañía de alguien?
Nuestro dúo heroico se lanzó al
ataque para mermarlo con una paliza que no describiré porque sería demasiada
violencia. Pero digamos que se pusieron creativos como si fuera un programa de
Tom y Jerry.
Con cada golpe a Pincher, su
hechizo se desmoronaba. Más y más gente estaba dispuesta a no estar de amarrada
con sus carteras. Los primeros en llegar fueron aquellos que fungieron como
voluntarios en albergues en Acción de Gracias. Al final, el Centro Comercial se
llenó a tope como era costumbre en Black Friday.
—¡A volar, piltrafa! —decía
Betrón mientras ataba su trineo al pantalón del villano y activaba el modo
cohete.
—Ya es hora de acabar con este
individuo —dijo Yvan que creó una rampa de chocolate para el despegue.
El mezquino aquel se perdió de vista
para caer a lo lejos en un lugar deshabitado.
Pincher se levantó de entre la
nieve, completamente derrotado. Solitud se le acercó para evaluarlo, le revisó
el pulso y las pupilas. Estaba vivo.
—No entiendo cómo después de
tremenda paliza sigues con vida.
—Bueno, la verdad es que no
tengo ni dónde caer muerto. Así que soy prácticamente inmortal.
Solitud puso los ojos en blanco
y se retiró dejando a su aliado tirado en la nieve.
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