Vanessa y Cometa habían acudido a un llamado de Ded Moroz.
Un montón de niños se habían salido a vagar por la calle, de noche, durante
semanas con aparente depresión y habían dado con el culpable: El Espíritu de la
Soledad. Llegaron hasta un parque abandonado donde el sujeto al que perseguían estaba
cercaba del portón. Tenía cautivo a un guardia del lugar y a varios niños en un
juego mecánico descompuesto.
—A ver,
Solovino —se mofó Vanessa—. Te me calmas en estos momentos y devuelves a
los niños o yo te regreso a la Edad Oscura.
Cometa,
que había ido en lugar de Anselmo, pues estaba en otra misión, le cerró el paso
al ente para que no huyera.
—Deja a
ese pobre guardia y a los chamacos y vienes con nosotros.
La
criatura, que tenía el aspecto de un político malhumorado y bien vestido,
sonrió con malicia antes de hablar:
—La
enana de Claus y su mascota horrenda. Esperaba que viniera él en persona para
darle una lección y adelantar nuestros planes unos años. Pero me tendré que
conformar con su servidumbre.
—¿”Nuestros”?
—preguntó Vanessa—. ¿Con quién estás aliado, pedazo de gusano intestinal?
—¿Cómo
me llamaste? —se ofendió el monstruo.
—Solitaria
—se burló Vanessa.
Cometa
empezó a carcajear y dio de coces al piso.
—Ah,
ese estuvo bueno —afirmó el reno—. Como sea. Pedazo de basura, te rindes, nos
dices dónde están los demás niños y yo evito embestirte hasta molerte, ¿qué
opinas?
El
Espíritu miró a ambos alternadamente y suspiró con desgana.
—De
verdad que no tengo tiempo de lidiar con ustedes —y agitó su traje para que
salieran varios de sus siervos, los relicta—. Muchachos, encárguense de estas
sabandijas.
Las criaturas
en cuestión eran humanoides con un ligero aspecto de oso. Todas ellas se
abalanzaron sobre nuestros héroes.
Mientras
se daba la vuelta para emprender su retirada se escucharon varios golpes y un
alboroto tremendo. No había dado ni diez pasos cuando el último relictum cayó
noqueado a sus pies.
»¿Cómo
rayos hicieron eso? —preguntó molesto.
Vanessa
y Cometa se veían impresionantes con el círculo de huestes de Soledad a su
alrededor ya derrotados. Vanessa sosteniendo sus tonfas características y el
reno resoplando con actitud desafiante.
—Te
repito, engendro solitario, vienes con nosotros ¡YA! —habló determinado Cometa.
El
Espíritu resopló y agachó la cabeza fastidiado.
—No
quería llegar a esto —y empezó a agitar los dedos—, no sé cuánta me quede. Los
veo después, estorbos.
La hija
de Santa y su reno arremetieron contra él, pero este formó un portal delante de
ellos y los mandó directo a un paraje helado justo cuando Vanessa extendía un
brazo hacia él.
Nuestros
héroes cayeron en un escenario desolador. Después de sacudirse la nieve,
Vanessa empezó a buscar señal en su smartphone o en su comunicador de muñeca.
—Ese idiota
tenía olor a la magia de Santa —murmuró Cometa.
—¿Qué
de qué? —preguntó Vanessa.
—Ese
sujeto olía a la magia que despiden Santa —explicó—, Krampus, Ded Moroz, los
elfos altos como Soren, los elfos originales y algunos yetis. Qué extraño.
¿Dónde se supone que estamos? —preguntó enojado y empezó a trotar mientras intentaba
ubicarse—. ¿Qué nos hizo el infeliz? —resopló.
Vanessa
por fin pudo dar con algo de señal y escuchó a Soren al otro lado del
comunicador.
—Vane,
¿te encuentras bien? —se escuchó distorsionado— Perdí su señal por un momento.
¿Qué pasó Solitud?
—No
estoy segura —contestó Vanessa mientras sincronizaba datos en su pulsera—. Abrió
un portal y no sé dónde estamos. Dice Cometa que huele a la magia de Santa y a
la de sus similares. Es curioso.
—Magia
como la de mi... —empezó a decir cuando se cortó.
—Ah, ¡qué
bien! Por su puesto que se cortó —alzó la voz Cometa—. Para que vean que no
todo el país es territorio —se quedó callado, pues no era comercial de telefonía—.
Estamos en medio de la nada, ¿cómo sabemos hacia dónde volar? No traje mi
brújula.
—No
hace falta. Antes de perder señal con Soren, sincronicé la ubicación. Estamos a
quince minutos de Quebec, quince minutos reno, pues.
—¡¿QUEBEC?!
¿Pero cómo? —miró alrededor—. Debemos estar a cero grados. ¿Cómo es que no te
estás congelando con tu atuendo?
—Soy
mexicana.
Cometa
puso los ojos en blanco y trató de orientarse por las estrellas, pero estaba
muy fuera de práctica.
¡Me
lleva! —gritó—. Estoy solo con la hija de Santa, en medio de la nada y derrotado
por un villano de cuarta. ¿Qué más podría salir mal?
—Cometa, ¿acaso estás enojado de
verdad? —preguntó Vanessa sorprendida.
—¡Pues claro que estoy enojado! Tengo que ser el
líder de los ocho renos igual de poderosos que yo, estar al frente del trineo,
ayudar a Santa y lucir siempre imponente. Y es difícil, ¡muy jodidamente difícil!
¿Cómo me puedo sentir útil si todo el maldito tiempo alguien atenta contra los
niños, las festividades, los menos afortunados y…? —se quedó callado.
—Y Santa mismo —concluyó Vanessa.
—¿Por qué siempre lo tienen que
atacar, maldita sea? —preguntó para sí mismo furioso—. Y yo solo puedo
observar, porque si me entrometo y falto a la entrega de regalos sería
desastroso. Y con todo esto no me siento útil. ¿Recuerdas cuando tenías diez
años y regresábamos con la señora Claus al taller? El maldito del Viejo
Ventisca nos atacó con su maldita tormenta y por más que pude, no pude alzar el
vuelo o hacer frente a lo horrible del clima —dijo con derrota en su voz.
—O sea que alguien de verdad nos
atacó esa noche. Nominador tenía razón.
—Pues claro que tiene razón —dijo
muy hosco—. Ese hombre lobo siempre tiene razón. Y ahora estamos aquí, solos, derrotados
—repitió— y sin forma de volver a tiempo. ¡Estoy harto!
Cometa agachó la cabeza resignado.
Vanessa se sentó a su lado y le
ofreció un premio para renos.
—De niña siempre fuiste mi
favorito —dijo amablemente.
—¿Segura que no fue el de marca
registrada con nariz roja?
—Claro que no —rio—. Demasiado mágico
para mi gusto. ¡Vamos, muchachote! Tu labor es importante. No creo que seas
inútil. Solo que las misiones han subido de dificultad con el tiempo, como si
nos aproximáramos al jefe final de un videojuego. Nadie puede con esto solo,
por eso somos un equipo. Incluso Solitud viene acompañado de sus secuaces, lo cual
es irónico.
Esas palabras tuvieron mucho peso
para Cometa.
—Cada uno cumple con su trabajo.
Yo tengo que lidiar con amenazas mágicas, me ayuda no tener magia. Ese es mi
rol, ¿recuerdas cuál es el tuyo?
—Cuidar a Santa —se irguió—. Y
acompañarlo en la entrega de regalos como uno de sus ocho renos. ¡Y siempre he
cumplido con ello!
—Incluso en emergencias
mundiales.
—¡Con todo en contra! —se
enorgulleció.
—¿Estás listo para volver?
—¡Por supuesto!
Vanessa se levantó y se sacudió
la nieve. Miró un momento su comunicador pulsera antes de dirigirse a su amigo.
—¡Volemos hacia Quebec en esa
dirección! —señaló al sur—. Ya pedí un trineo. Debería llegar antes que
nosotros.
—¿Cómo lo lograste?
—Soy mexicana. Ja, ja. Hice todos
los preparativos mientras hablaba con Soren. Además, le pegué un rastreador a
Solitud. Podemos ir tras él. ¡Andando!
Reno y chica alzaron el vuelo
para dirigirse a la cuna de la América francesa.
Solitud caminaba muy campante
cerca de donde lo habían visto por última vez. Empezó a silbar una canción y
hasta pegó unos brinquitos. Cuando dobló una esquina, fue sorprendido por las
astas de Cometa que lo embistió a toda velocidad.
—¡Alto ahí! —gritó Vanessa que
bajaba del trineo con pericia.
Cometa había enredado sus astas
en el traje del desdichado y empezó a azotarlo al agitar su cornamenta. Giraba
el cuello de un lado para otro para reventar a su rival contra el piso. Después
corrió a máxima velocidad y lo estrelló contra un poste de luz inservible.
—¿No crees que deberías tener más
piedad? —preguntó Vanessa, que se sentía un poco mal por Solitud y la tunda que
le acomodaban.
—¡Él no la tuvo! —gritó Cometa
mientras lo arrastraba contra unos barrotes y los hacía sonar como marimba—.
Además, es inmortal. Nos llevaremos lo que quede con Santa.
La hija de los Claus asintió y
sacó una pistola para envolver regalos. Iba a aprisionar a Solitud.
—¿Te rindes? —preguntó el reno
cuando el pantalón del monstruo se rasgó y cayó de bruces contra el piso
helado.
El monstruo murmuró algo y un
portal se abrió justo debajo de él.
—¡NO! —gritaron la chica y el
reno al mismo tiempo.
—Los veré cuando todo esté en
marcha —dijo con un hilo de voz y desapareció.
El reno intentó correr al portal,
pero ya se había cerrado.
—¿A qué se refería con eso último
que dijo?
—No lo sé —se encogió de hombros
la chica—, pero al principio dijo que a su plan le faltaban varios años. Al
menos hay tiempo para prepararse.
Cometa se relajó un poco, pues la
chica tenía razón. Vanessa pensó en lo que vio y dijo Soren y sabía
perfectamente con quién estaba aliado el Espíritu de la Soledad. Sin embargo,
se relajó, pues ahora sabía quién era su rival en realidad.
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