Como cada jueves, escucho los cascos de los caballos frenar en la escalinata del templo y las ruedas del carruaje que traquetean sobre los adoquines. Ya ni me preocupo en voltear, la verdad. Una delgada mujer de un vestido rojo baja de su vehículo ayudada por su sirviente cuyo rostro siempre está envuelto en penumbras.
Acabo de barrer y saco la torta que me preparó mi esposa; me siento a degustarla, relajo el cuerpo, miro la hora en el reloj del templo y me santiguo antes de engullirla.
La escena siempre es igual: Ella da unos pasos hacia adelante, se persigna, se hinca, recita algo que no se puede entender y después atraviesa el umbral del templo cuyas puertas ya se encuentran cerradas…
Así ha sido por los últimos diez años. Me sorprende que una chica fantasma entre al templo sin inmutarse, pero me sorprende aún más que sea puntual para llegar… y que sea puntual para soltar su desgarrador grito al cuarto de hora. Pobre alma en desgracia…
Fragmento de un relato aún sin título oficial para la secuela de “Leyendas de Primera Mano”.
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