—Aquí espantan, muchacho estúpido —me había dicho el guardia. Era un pobre anciano que servía de velador y guardia por partes iguales.
Me quedé atónito, no sabía si ofenderme o sentirme nervioso con ese comentario.
—Disculpe —expresé confundido—. ¿De qué habla?
—No hubieras aceptado el turno nocturno. Nadie viene a este pueblucho de noche y la central de autobuses se queda sola —dijo con fastidio—. Le hubieras dicho al imbécil de tu patrón que mejor venías por la mañana —me regañó al tiempo que se daba la vuelta y apuntaba a la oscuridad con su linterna. Su semblante estaba indescifrable mientras miraba hacia la penumbra—. A ver si no te cagas del miedo —susurró.
Le iba a replicar algo cuando escuché a mis espaldas cómo se caía un bote de basura y la expresión del anciano se volvió más cauta.
—Ya van a empezar —musitó con desgana y se encaminó hacía donde se originó el ruido—. Enciérrate en la oficina de tu patrón y pase lo que pase, solo sal si tienes que ir al baño —ordenó.
No quería rezongar, de modo que saqué las llaves de mi bolsillo y estaba dispuesto a encaminarme cuando vi algo por el rabillo del ojo.
Una figura alta estaba sentada sobre uno de los autobuses de pasajeros. Un tipo con una cara de desquiciado, una sonrisa burlona y unos ojos completamente blancos. Estaba vestido de harapos y completamente descalzo. Había algo inhumano en esa cosa que me heló la sangre. No me decidí a correr hasta que ese ente se carcajeó mientras me enfocaba con sus ojos sin pupila…
Fragmento de un relato aún sin título oficial para la secuela de “Leyendas de Primera Mano”.
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