Mi amigo…
No pude salvar su alma…
Estaba
abatido, sentía cómo sobre mi corazón se posaba un terrible pesar… Había volado
hasta un peñón afueras de la ciudad para poder cargar con la culpa. No podía tolerarlo.
Estaba a punto de llorar o de saltar o de algo peor…
Sentí un
cosquilleo en mi nuca y oí un pisar detrás de mí. Ni si quiera tuve que voltear
para saber quién era: El Capitán Voltio. El segundo héroe más grande del mundo.
Un tipo bronceado con un traje azul completo con símbolos del rayo en los
hombros, una máscara que dejaba salir su barba y un parche que estaba de adorno
sobre su ojo derecho…
Antes de
que pudiera hablar, me posó una mano sobre el hombro.
—Quieres hablar —escuché en su
ronca voz.
—Yo no… —me interrumpió con una
ligera descarga eléctrica.
—No te pregunté, muchacho —dijo
autoritario—. Dije que quieres hablar. Habla —me instó.
No pude
abrir la boca cuando un aluvión de imágenes invadió mi mente: El edificio que colapsaba;
el bebé que salvé de ser aplastado; un auto que detuve con mucho esfuerzo que
volaba hacia una anciana; la mirada de preocupación que me dedicó un policía,
que por cierto, estaba muy ocupado para asistirme; mi mejor amigo que salía
volando en dirección contraria a dónde debía ir; la mirada de horror de la novia
de su alter-ego; la indiferencia del máximo héroe de nuestra generación ante el
desastre que estaba armando… Intenté desviar mi mente hacia otro lado, pero no
pude…
Una
fracción de segundo, solo eso me hubiera bastado… Vi cómo la novia del alter-ego
de mi mejor amigo caía al vacío mientras él se esforzaba por salir de los
escombros. No pude detenerla. Mis poderes tienen un tiempo de “enfriamiento”
antes de poder usarlos… Cuando intenté provocar un pequeño tornado para desacelerar
su caída no salió nada. Ni siquiera una ligera ventisca. Una fracción de
segundo me hubiese bastado para evitar la desgracia. Era mi amiga también… La
dejé morir.
—La dejé morir —expresé con pesar.
—No pudiste salvarla, que es
diferente —me corrigió—. Eres joven, tienes que entender que no puedes
salvarlos a todos.
Para él era
fácil decirlo, sus poderes de electricidad eran magníficos, podía volar, además,
hacía de todo. Yo, sin embargo, no podía ni producir dos tornados seguidos, lo
que supuestamente era mi especialidad.
—¡Si podía, maldita sea! —grité
furioso mientras me daba la vuelta—. Si tan solo fuese mejor o si hubiera omitido
algo de lo que hice. Si tan solo… —una descarga en el pecho interrumpió mi
rabieta.
—¿Si tan solo hubieras dejado
morir a la anciana? —inquirió cruelmente— ¿Al bebé? ¿A la gente del autobús?
¿Una vida por otra? ¿Eh? —Alzó la voz— Dime, ¿eso tratas de decirme?
Lo golpeé
en la mejilla. El tipo ni se inmutó. Mi mano estalló en dolor y caí de
rodillas. Las lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. Creí que se iba a burlar
de mi llanto, pero no…
—Está bien que llores —expresó empático—.
Las primeras veces son las peores. Les pasa a los policías, a los bomberos…
Muchacho —dijo con un susurro—, escúchame esto: No es tu culpa y no tienes por
qué cargar con ello. Si quieres que el dolor se descargue en tu llanto,
adelante, también me puedes golpear, pero no te lo recomiendo.
Lloré tendido
y una imagen más voló a mi mente: mi amigo maldiciendo a su compañero, el héroe
más grande del mundo, por haber provocado la muerte de su amada. Le prometió
que lo haría pagar mientras alzaba un puño hacia él. Jamás podría borrar esa
imagen de mi mente.
—¿Qué pasará ahora? —pregunté.
—Puedes quedarte aquí y
desahogarte, puedes ir a un bar y ponerte la borrachera de tu vida, puedes
colgar el traje y mandar todo a la mierda. Hay un mundo de posibilidades. La
decisión es tuya.
Se sentó
frente a mí y me miró con ternura.
—Si decides desahogarte aquí y
ahora, me quedaré contigo hasta que sea prudente —se ofreció.
En ese
momento entendí que él no era solo un héroe por sus acciones, era un héroe por
sus valores.
—Gracias —musité.
Fragmento
de un cómic que estoy en proceso de escribir.
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