Llevaba varios días sin poder dormir cuando mi padre llegó en la camioneta con algo en el asiento trasero. Se bajó muy emocionado y abrió ...

Un perro monstruoso (Fragmento de la Espada de Nes)

 

Llevaba varios días sin poder dormir cuando mi padre llegó en la camioneta con algo en el asiento trasero. Se bajó muy emocionado y abrió las puertas mientras se escuchaba el jadeo de una fiera. Era un perro enorme de color café y negro, tenía un hocico alargado y unas orejas puntiagudas; una de ellas estaba caída. Me miró con atención ese perrazo y se bajó de golpe a atacarme. ¿Qué pensaba mi padre en traer un perro tan terrorífico a alguien tan cobarde como yo? A unos centímetros de mi rostro vi que tenía un ojo de color claro y una cicatriz que lo atravesaba. Era todo un monstruo.

Me lamió todo el cachete izquierdo hasta que mi padre lo quitó.

            —Perdón, no sabía que era tan impetuoso —dijo mientras lo sostenía de su chaleco que no había notado que vestía y le acariciaba las orejas—, ¿te encuentras bien? —me preguntó.

Me quedé perplejo, el perro estaba meneando la cola y ladeaba la cabeza al verme. Viéndolo bien, no daba tanto miedo salvo por la cicatriz, que lo hacía ver rudo.

            —Él te va a hacer compañía mientras no estoy, se llama Cadete —explicó señalando al perro—. Mi amigo que me lo regaló dijo que sirvió a la policía hasta que lo hirieron. Dice que está bien entrenado, de hecho, que tuvo un entrenamiento muy completo y que es bueno con los niños —mi padre soltó una risita—. Al menos eso último ya lo comprobamos.

El perro se acercó a mí y me empezó a olisquear los zapatos para luego olerme el pecho. Se me quedó viendo el rostro mientras mi padre lo sostenía, yo aproveché para mirarlo a él. Tenía varias cicatrices en la cara, incluyendo la de su ojo. Miraba con mucha atención, no, observaba.

            —¿De qué lo hirieron? —pregunté.

            —De varias cosas —contestó mi padre—. Con la última lo dejaron renqueando, pobrecillo —dijo con pesar.

            —¿Qué es renquiando? —pregunté.

            —Renqueando —me corrigió mi padre—, que camina mal. Que cojea.

            —Oh, ya. Entiendo.

Me alejé de Cadete y él se acercó a mí. No noté nada. Di dos pasos hacia atrás y entonces lo noté, daba un saltito con una de sus patas traseras. Me acerqué a él y lo examiné.

            —Ya no lo quisieron para perro policía —me explicó—, pero mi amigo quedó de buscarle otro hogar, si no lo quieres lo puedo devolver —ofreció mi padre.

Le sostuve la cabeza a Cadete entre mis manos, me miró con aprehensión y no paraba de menear la cola. Pese a estar tan lastimado, era un vivaracho.

            —Me lo quedo —le contesté—. Tiene ese aspecto de perro rudo. Está para temerle, sé que me protegerá.



0 Comments: