Y de nuevo me volvía a citar en el jardín. Su lugar odiado para ella. "Me caga" —solía decir.
Pero ahí estábamos los dos. Su mirada encontró la mía y me sonrió. Esa sonrisa endulzaba el más oscuro y corrosivo veneno que guardaba en mi interior por culpa de mi ex.
Ah, mi ex... Una insensible monstruo que espero tenga un merecido… Mejor no hablemos de eso. Aún estaba amargado por eso, pero ella… Ella me alegraba el día, hacía que el Sol brillara con más fuerza. Era ahora o nunca...
Tenía que decirle, aunque fuese el pendejo más grande del mundo. Nada perdía, ¿o sí? De todas formas, ella era la chica más sensacional que conocía.
—Oye, te quiero decir algo.
—¿Mmmh?
—La verdad es que desde hace un tiempo te lo quiero decir, pero no me había armado de valor. Me gustas, y mucho. ¿Qué tal y salimos alguna vez?
Ella se mordió el labio en un gesto de duda. Y lo soltó de golpe
—No creo que nos entendamos… A mí me gustan las chicas.
—Oh... Pero creí que "también" te gustaban las chicas. O sea, chicos y chicas....
—Creo que lo entiendes mal... —Dijo mientras se sujetaba el brazo incómodamente y desviaba la mirada—. Creo que debo irme. Discúlpame, no creí que... Olvídalo. —Quitó importancia con un gesto—. Nos vemos después. —Dijo un tanto dubitativa mientras se marchaba.
Y ahí me dejo, plantado como el pendejo lento que siempre supe que era. <<¡Ah! ¿CÓMO PUEDO SER TAN PENDEJO?>>
Y la lluvia comenzó a caer... Y después más fuerte y más fuerte. Me quedé en una banca sentado sin darme cuenta. Mientras la lluvia hacía que el dolor fuese más ajeno.
Una señora tuvo la amabilidad de acercarse.
—Hijo, ¿te sientes bien?
—No lo sé. No me siento ni yo mismo.
Me levanté, le agradecí y me retiré a mi casa. Siendo honesto, esperaba un resfriado de la chingada. Nada. No me enfermé, pero el dolor estaba ahí, latente. Una semana. Una maldita semana y nada. No sabía nada de ella.
Hasta que sonó mi teléfono y el mensaje tan familiar: “Ven al jardín, hay que echar desmadre.” Me levanté y salí disparado. Me volvía a hablar y eso ya era mucho. Todo volvía lo más cercano a lo cotidiano. Y eso fue más doloroso al final. Ese maldito final en el que no tuvo el valor de despedirse. Y me duele, todavía me duele. Pero la recuerdo con mucho cariño. Sé que sufría mucho aquí e hizo bien en retirarse.
-Crónicas de lentos
Khan Medina
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