No sé cómo llegué aquí. Lo último que recuerdo es que me arrojaban una roca gigante y creí que la había esquivado, pero ahora lo estoy dudando porque voy en caída libre hacia un lago. Echo una revisión rápida y no parece ser que me haya roto nada.
Bueno, sé
que la caída no me lastimará, pues los Zelená tenemos una conexión con la
naturaleza. Ja, no es cierto. Usaré mi magia para sobrellevar el impacto. Justo
cuando iba a empezar a canalizar mi maná veo a mi derecha a Lobo (soy su mejor
amiga, aunque él lo niegue) cayendo semi inconsciente. “Es la oportunidad perfecta para salvarle la
vida y después regocijarme de que me la debe”. Justo eso pensaba mientras
planeaba hacia él hasta que su dragón me arruina el momento y nos recoge en
vuelo.
—¡Elos! —grité— ¡Era mi
oportunidad de salvarlo!
El dragón
soltó un rugido de protesta y me miró de reojo.
—Bien —me resigné—, pero a la
próxima me lo dejas a mí.
Con la
velocidad que llevábamos era imposible que frenáramos y no sabía si Lobo
sobreviviría a tal choque. Preparé mi magia para romper la tensión superficial
del lago (Sí, eso es lo que te mata cuando caes de gran altura sobre un cuerpo
de agua). Al parecer, Elos lo sabía también, pues empezó a canalizar maná a su
vez.
—¡Prepárate, amigo! —dije a voz
en cuello.
Nos
estrellamos contra el agua lo más suave que pudimos. Todo lo vi con extrema
lentitud: el agua salpicando, Elos usando todo su esfuerzo para absorber el
impacto, el presumido de Lobo reincorporándose para detener una flecha que se
iba a clavar en mi nuca. ¿En serio? ¿Cómo era posible si hacía un momento lo
había visto inanimado? Al tiempo de que detenía la saeta desenvainaba una de
sus espadas para detener el aluvión de flechas que caía sobre nosotros. Los
reflejos de su dragón también eran impresionantes, pues congeló el agua que
salpicaba a nuestro alrededor para hacer un domo de hielo y detener el raudal
de proyectiles.
—¿Estás bien? —me preguntó el
insensato. Lo golpeé en el hombro antes de contestar.
—Estabas lánguido cuando
caíamos, ¿cómo rayos te recuperaste tan pronto? —Le reclamé.
Me miró
confuso y se sobó el hombro.
—Estaba un poco aturdido y
trataba de concentrarme para llamar a Elos —explicó—. ¿Cómo llegaste tú aquí? —inquirió
con una ceja alzada.
—Bueno —balbuceé—, era una
misión del Gremio y te encontré por coincidencia MIENTRAS CAÍAMOS —grité eso
último.
Era
mentira, pues no quería que supiera que lo había seguido porque estaba aburrida
y que después me emboscaron por mi ocasional torpeza con el sigilo. Se mordió
el labio sintiéndose y tardó un instante en hablar.
—Disculpa, amiga —musitó—. Me
alegra verte —dijo sonriendo— y gracias por ayudar a Elos con el aterrizaje.
—Acuatizaje —corregí.
Me sonrió
sincero y me puso una mano en el hombro.
—Por eso me agradas.
En un
despliegue de habilidad impresionante, Elos voló mientras deshacía el domo de
hielo de su espalda y esquivaba los ataques de los piratas. Creo que eso no lo
mencioné. Somos rivales acérrimos de los piratas que rodean el continente. Lobo
se encontraba cerca de la costa norte repeliendo ataques de estos rufianes
cuando algunos lograron desembarcar y los persiguió tierra adentro. Así que
había llegado la hora de devolverlos al mar de donde llegaron.
Elos superó
el risco de donde caímos y lanzó dos descargas de fuego como distracción. Con
la polvareda que se levantó descendimos. Más bien, decidí bajar y arrastré a
Lobo conmigo. Seguramente podía caer bien, pero lo cargué y lo deposité en el
suelo con cuidado. Después de una mirada de extrañeza que me dedicó nos
lanzamos al ataque.
A pesar de
que mis habilidades físicas eran aumentadas con magia, mi amigo no se quedaba
atrás. Su velocidad, reflejos y técnica eran muy superiores a muchos de mis
amigos Shicatoc. Era de esperarse, él entrenó con nosotros.
Describir lo que pasó a continuación solo puede hacerse con comparativas. Él era un tornado, yo una tempestad y su dragón una tormenta.
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