No
recordaba cómo había llegado a ese lugar, parecía que era un circo o un
festival. No alcanzaba a ver nada, hay una especie de neblina que rodea todo.
Se oye gente distante. Parece que es de día, no estoy seguro.
Estoy
resguardando una jaula, una que contiene una especie de lobo flacucho y
espantoso. Es totalmente negro, parece hecho de penumbra pura.
Estoy sentado
en el piso y recargado sobre la jaula; tengo la pierna izquierda estirada, la
derecha flexionada y reposo mi cabeza sobre mi rodilla. No tengo humor de nada,
pero esa bestia me comienza a hablar.
—Déjame salir —me susurra
maliciosamente.
—No estés jodiendo —le replico.
Siento que
cargo con algo muy pesado y no me deja mover, pero observo mi cuerpo y no hay
carga alguna. ¿Qué me pasa?
—Déjame salir —insiste ese repugnante
animal—. No vamos a divertir, te lo aseguro.
—No —replico—, me dijeron que
sería peligroso. Te tienes que quedar encerrado.
—Bah —replica fastidiado—, esos
qué van a saber de diversión. Ándale, será divertido —exclama tratando de ser
persuasivo.
—¿No tienes otra cosa que hacer
mas que ser un dolor de huevos?
—Tú y yo sabemos la respuesta a
eso —replica burlón.
Chasqueo la
lengua, claramente molesto. Volteo para mirarlo con desprecio y él está
clavando su mirada en mí, tiene una expresión de demente, pareciera que su ojo
ensangrentado está a punto de botarse y su mirada aparenta que atraviesa directo
hasta mi alma, pero por extraño que parezca, no me da miedo, solo me repugna.
Sigo oyendo
gente a la lejanía, pero nadie se acerca. No los culpo, tampoco quisiera
acercarme a semejante bestia, pero debo vigilarla, cuidar de que no escape.
—Oye —vuelve a murmurar suplicante—,
déjame salir. Nos vamos a divertir, no te lo prometo, te lo juro.
—Ya te dije que no —contesto con
fastidio—, debes permanecer adentro, eso me dijeron.
—¿Quién lo dice? Esos que te lo
dijeron no saben divertirse. Vamos —insiste—, eres el único con un encargo tan
estúpido.
Lo miro
nuevamente por encima de mi hombro y parece más grande, pero igual de flacucho
y feúcho.
—No me hagas lastimarte —le
advierto molesto.
—Sabes que no puedes lastimarme,
muchacho —dice jactancioso—. No hay forma en que puedas herirme.
Pareciera
que pasan varias horas, pero no veo que oscurezca, todo está igual. Empiezo a sentir
fastidio de estar en ese lugar, aislado mientras cuido a este repugnante
animal.
—¿Ya me vas a dejar salir? —vuelve
a preguntar.
—Ya te dije que no, maldita sea —contesto
mientras voy perdiendo mis cabales—. Te tienes que quedar encerrado.
—¿En serio? Sácame, sácame,
¡sácame! —lo dice hasta que me fastidio.
—¡¿Te vas a callar o qué?! —le
grito perdiendo la compostura
—No —contesta burlón remarcando
su respuesta y empezando a carcajearse—. ¡Qué insignificante eres! —continúa
con su carcajada.
Choco los
puños contra el suelo y me levanto furioso. Estoy hasta la coronilla de él.
—Te lo advertí —digo mientras lo
señalo con un dedo.
Me aproximo
a la puerta de la reja, la abro y me adentro, este animal se precipita contra
la puerta y lo sujeto para que no salga; lo azoto contra el suelo y empiezo a
golpearlo. Con cada golpe parece que mi ira se incrementa. Cuando lo derribo, lo
sujeto del cuello y empiezo una lluvia de puñetazos hasta que empieza a
sangrar, continúo hasta que mis puños están completamente rojos y mi víctima ya
ni se inmuta de los golpes.
En ese
momento abre su ojo demencial y me mira burlón. Se empieza a carcajear, tiene
un derrame en un ojo y los colmillos repletos de sangre.
—Te dije que nos íbamos a
divertir —dice burlón mientras se sigue carcajeando.
Me retiro totalmente asqueado de mí mismo, pues le había dejado ganar. En ese momento despierto y su risa me persigue hasta el umbral de los sueños y la realidad.
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