Tres de los peores rufianes buscados por la reina de Imil estaban reunidos en un granero abandonado. Era ya entrada la noche y solo la gente maldita y nefasta rondaba en el bosque Ereboc como si nada. Estaban dispuestos en una mesa redonda y vieja de madera. Fertho, un forzador de mujeres y asesino de niños; Guiliberto, un estafador de ancianos y Milarda, una egoísta manipuladora de gobernantes. Cada uno había saciado sus deseos de las formas más ruines posibles. Los tres llevaban sus ropajes lujosos debajo de capas un poco descuidadas. El ruido de la naturaleza era casi insonoro dentro del edificio y de seguro los hacía sentir a salvo.
—Bueno,
ya saben que estamos siendo cazados por ella, ¿no? —habló primero Guili— ¿Qué
perras vamos a hacer? Dicen que esa tal Dinalí es experta en matar.
—¿Quién
sería tan intrépido o estúpido para venir al bosque en la noche? —preguntó
Ferho mientras se limpiaba las uñas con una daga.
—Ella,
es obvio. Dicen que está bendecida por las hadas. Yo escuché que el Hada Madre
del agua la bendijo con la niebla. No puedes oírla ni sentirla dentro de la
bruma y les recuerdo que estamos rodeados de ella.
—¿Crees
en las hadas? —dijo con burla—. ¡Bah! Esas son tonterías. ¡No existen! Son solo
cuentos para espantar a la gente de los bosques y ruinas del sureste. Qué
sandeces. Yo escuché que ella se sumerge en sombras por la bendición de las
hadas del bosque. Patrañas, si me lo preguntas —escupió su frase y clavó su
daga en la mesa.
—¿No
crees en ellas solo porque no las has visto? —preguntó Milarda desde su silla
reclinada—. Eres más estúpido de lo que creí. Supongo que tampoco crees en el
viento, ¿no? Tal vez también dudas de la diosa Aionia.
—Pues
tiene milenios que no vemos a la diosa madre —gruñó Fertho—, para mí está
muerta junto a su influencia.
—Blasfemo
y estúpido como pensé. Créeme que el poder de madre sigue vigente. Y respecto a
nuestra asesina, yo he escuchado que el hada de la fauna le dio el don de siempre
estar en forma, tiene la constitución de una bestia y siempre atina sus tiros.
Estamos aquí porque no sabemos qué todo sea verdad y tú la subestimas.
Fertho
se levantó de su silla cuando escuchó unos ruidos atrás de él en el techo. Sus
compañeros intercambiaron miradas.
—¡No
me dio miedo! —aclaró poco convincente—. De seguro solo son ratas. No le tengo
miedo a ninguna rame… —dejó la frase sin terminar cuando una saeta se le clavó
en el pecho y cayó de rodillas.
El
escándalo que hizo cuando cayó sobre la mesa puso en alerta a sus compañeros y
se levantaron de sus butacas. Descendí de la viga donde los había espiado desde
el inicio. Salí de las sombras para que pudieran verme.
—¿Alguien
pensó que el idiota de Fertho tuviera razón en algo? —dije al tiempo que ponía
el arco a mi espalda—. Jamás me vieron allá arriba.
Guili
se lanzó hacia mí con empuñadura en mano y antes de desenfundar su arma ya le
había clavado dos dagas en el cuello y una en el pecho. Cayó ante mis pies su
nefasto cadáver. Lo aparté con desgana con una pierna y me dirigí a Milarda.
»La
recompensa por ti sería más jugosa si te entregara viva. Si te rindieras, tendría
piedad, pero no tiene caso —la miré confundida, pues estaba muy tranquila de
pie.
Ella
no contestó, se descubrió los brazos y dejó al descubierto varios sellos
mágicos. Era una maga.
—Yo
nunca dudé de ti, Dinalí —habló al tiempo que le transmitía maná a sus marcas—.
Y tampoco dudo de las historias. Sé que las hadas existen, la diosa madre
existe, la maldición que sembró sobre sus hijos rebeldes es real.
Ella
se refería a que los primeros en traicionar a la diosa su magia los mató, los
segundos fueron convertidos en monstruos y los siguientes fueron corrompidos en
su mente por la oscuridad.
—¿Te
vas a entrega a las tinieblas?
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