El monstruo estaba tirado en el suelo, recargado en una pared, con una expresión de absoluto terror. Se removió contra la pared como si pudiese atravesarla, pero era inútil. Un ser con un aura rojiza bajaba por las escaleras y se detuvo en el umbral.
—Meliza, ¿cierto? —preguntó a la desesperada el monstruo—. Te daré lo que quieras: tierras, un título, oro por montones, pero por favor, ¡déjame escapar! —Eso último fue casi un sollozo.
El ser sostenía una daga oscura distraídamente. Su cabellera le tapaba el rostro, pero su andar y postura recordaban más a un alma en pena que a un humano.
—¡No quería matarlo, te lo juro! Perdóname, —decía el monstruo al tiempo que se hincaba.
—“La clemencia es para los débiles”. Esas fueron las últimas palabras que él escuchó —dijo sin emoción alguna la entidad que sostenía la daga.
Un brillo carmesí se empezó a formar en la daga del ser llamado Meliza. El monstruo se reincorporó y se cubrió del fulgor con una mano.
—¡Te maldigo, condenado monstruo! —alzó la voz.
El resplandor carmesí inundó completamente la estancia y un grito hendió el aire.
—No… El único monstruo eres tú y ya no volverás a lastimar a ningún niño. —Dijo al tiempo que el brillo desaparecía y salía de la habitación, dejando detrás a un hombre obeso con una expresión horrorizada recargado contra la pared, completamente inconsciente y con su mente destrozada.
Khan Medina
0 Comments: