Este es un cuento relacionado a una novela que simplemente no puedo terminar. Espero lo disfruten.
Un ruido sordo resonaba cerca de la hondonada
donde nos encontramos nosotros. Toda una cuadrilla enemiga se nos acerca. Nosotros
sólo éramos seis y un general inconsciente. Mientras que del otro bando se
podía escuchar una veintena de hombres.
Supongo que hasta aquí llegué. Perdóname, hijo
mío. No sabes cuánto lamento todo esto, ojalá pudiese despedirme de ti y de tu
madre. Ojalá todo el tiempo que pasamos juntos lo valores. Algo ininteligible
está murmurando nuestro compañero religioso. Supongo es un rezo porque estamos
a punto de reunirnos con el velo de lo desconocido. Tengo miedo, lo admito.
Creo que vamos a morir apenas choquen nuestras espadas.
Y es cuando lo escucho. Mi general dice algo y
se intenta poner de pie. Tiene un ojo entrecerrado y el otro completamente
aplastado por la hinchazón de su rostro. “La virtud de nuestro señor vive en
los que se esmeran. La luz de nuestro señor brilla en los que no pierden la
fe.” Es el primer rezo que aprendemos cuando niños. Me conmueve. Está hecho
trizas y aun así se pone de pie. Sujeta su espada y la blande en alto. Está
dispuesto a pelear, aunque apenas se mantiene de pie. Todos se levantan. Uno a
uno nos ponemos de pie para encarar la muerte.
Al primer paso noto que patee algo. Una señal
divina, supongo. Un atisbo de esperanza roza con mi pie. Un paquete rojizo con
un dibujo de fuego. Es del tamaño de mi cabeza y muy pesado, lleva dentro un
objeto esférico y cristalino. Fuego expansivo. Y es cuando llega mi brillante
idea. Buscando la mirada de mi amigo de cuadrilla es cuando la veo. Una grieta
entre las colinas, angosta para un pelotón, pero perfecta para nosotros, un
mejor plan aún. Le platico a mis compañeros el plan y asienten con la cabeza,
incluyendo el general. Vamos a encerrar a nuestros rivales en ese pasaje y
después les vamos a tirar dos colinas encima. Hijo mío, espérame. Aún hay
esperanza.
Nos dirigimos lo más veloces que podemos al
estrecho pasadizo que está entre ambas colinas y uno a uno empiezan a pasar, el
general como penúltimo y yo al final porque fui el de la idea. Apenas si
cabemos de a uno y algunos deciden zafarse de su armadura antes de entrar.
Pasando la mitad del camino escucho como el
enemigo nos divisa e intenta seguir nuestros pasos. Es cuando saco la piedra
angular de mi plan y al observarla un frío recorre mi espalda. No tiene mecha.
Las esperanzas me abandonan. “La virtud de nuestro señor vive en los que se
esmeran. La luz de nuestro señor brilla en los que no pierden la fe.” Y la
Gloria es de los que se sacrifican, me escucho decir en voz baja.
Sé lo que tengo que hacer y me da miedo. Dios
mío, dame fuerzas y valentía para lo que voy a hacer. Avanzo un poco más hasta
un punto más ancho del túnel y me coloco de espaldas a mis compañeros sin que
se den cuenta. Amigos, espero que se libren de esta, por favor, háganlo.
Miro al cielo y espero una respuesta mejor, no
la hay. Señor, en este momento no me abandones, guíame con tu luz.
Esposa mía, espero que sepas que hice lo correcto. Hijo, espero que entiendas
algún día porque hice esto, lo lamento con toda el alma. Bajo la cabeza y
empiezo a efectuar mi plan. Rompo el cuello de la botella y vacío un poco de la
sustancia en una de las rocas y coloco el frasco detrás de mí. Sigo con mi
procedimiento cuando escucho a un hombre detrás de mí que intenta pasar pese a
su pesada armadura. Me mira con sorna y desenvaina su espada. Eres mío,
pedazo de porquería. Desenvaino mi espada y me pongo frente a él. Una
estocada que desvío con facilidad y le clavo la hoja de mi arma en su hombro.
Lo empujo hacia atrás y es cuando el segundo hombre viene a mí. Pasa por encima
de su compañero pisoteándolo sin importarle. Una enorme hacha de guerra que
desafía mi mente al pensar en cómo logró llevarla hasta ahí. Le rompo el mango
cuando la hizo girar entre sus manos para pavonearse. Un golpe con el puño de
mi espada en su cara y cae de espaldas sobre su compañero. Puede que al final
no necesite mi plan original. Hijo mío, creo que si te veré después de todo.
Y es cuando un dolor horrendo me atraviesa el
hombro. Una flecha está incrustada cerca de mis huesos y siento la neblina del
veneno en mi mente. Tengo poco tiempo.
Veo acercarse a otros más y uno logra herirme
en un brazo, apenas si puedo con todos mis rivales cuando me empujan contra la
salida de esa pequeña “recamara”. Un dolor más fuerte atraviesa cerca de mis
costillas y veo un rostro socarrón cerca de mi cara. Sonríe y al mismo tiempo
hunde más su hoja en mi costado.
No sabes cómo nos vamos a divertir, me dice burlonamente. Volteo y veo
como mi general está a punto de salir y me mira a los ojos sin comprender.
Entonces me observa con los ojos lo más abierto que le permiten sus heridas y
extiende un brazo hacia a mí mientras uno de mis compañeros tira de él. Lo
lamento, tanto, señor.
Mi hijo, quiero que sepas que esto lo hice con
toda la voluntad que tengo y que lo hice porque era lo correcto. No espero que
lo comprendas ahorita y espero que mi partida no te cause gran dolor. Espero,
de corazón, que te duela menos de lo que me duele a mí dejarte a ti y a tu
madre. Cuida de ella, sé un buen hombre, sé que lo serás, y desde la gloria
eterna me sentiré orgulloso.
Una punzada de dolor vuelve a atravesar mi
abdomen y miro al frente. Levanto mi espada con todas mis fuerzas restantes y
la dejo caer cerca del hombro de mi atacante. Cae justo a un costado de él y
pega contra la roca…
Un solo ataque y fallaste, que decepción de
soldado gandalés, dice
mientras escupe a mis pies. Una débil sonrisa surca mi rostro mientras sujeto
la hoja de su espada con mi mano desnuda y lo miro a los ojos: ¿Quién dijo
que fallé? Y es cuando el sonido del fuego expansivo les llama la atención
y ven con temor como el camino de fuego avanza hasta mis espaldas. Todos
intentan volver por donde vinieron, pero es inútil. El soldado que me atacó con
su espada intenta huir, pero lo tengo sujeto de la muñeca. Me mira con tremendo
desprecio cuando escucho el bum sobre mi cabeza y la caverna se empieza a
desmoronar.
Hijo, siempre hay que hacer lo correcto, incluso cuando duela… Sobre todo, cuando duela. Espero que algún entiendas a tu padre. Estaré al otro lado esperándote, por favor, no vengas pronto, te amo con toda mi alma. Adiós...
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