Saludos, dejo este fragmento de uno de los cuentos de mi siguiente libro. La verdad me está gustando cómo queda.
Odio las misiones fáciles. No, dejen me corrijo: Odio que me digan que las misiones son fáciles y termine descubriendo lo contrario. Se supone que era entrar a la mansión, sacar al rufián que era un maldito genocida y llevarlo a la justicia. Lo que no me dijeron es que tenía que pasar por una cuadrilla de sus brutos y parte de su ejército personal. Arrojé al último por la ventana para salir y caer en el jardín.
El
condenado pelafustán iba seguido por una comitiva que le proporcionaba
protección, pero no la suficiente para contenerme. Empecé a correr y noté por
el rabillo del ojo que un magno escorpión (una especie de ballesta gigante) me
disparaba un enorme proyectil. Si no llego a esquivarlo, seguramente me hubiese
noqueado. Me cerró el paso la caballería personal y tenía que lidiar con cinco
jinetes bien acorazados para seguir mi persecución.
Salté
directo a espaldas del primer caballo para derribar a uno de los jinetes y me
las tuve que ingeniar para hacer lo mismo con los otros, pues no quería
lastimar a los pobres corceles. Por suerte para mí, el escorpión no se atrevió
a disparar y para cargar otro tiro tardaban mucho.
Cuando
emprendí nuevamente mi persecución, mi objetivo ya se había acercado al portón
de su finca, casi a punto de escapar. Corrí a toda prisa.
Estaba
cortando distancia y noté que algunos de sus soldados se frenaban de repente,
como confundidos. No tuve tiempo de preguntarme qué había pasado cuando una
figura envuelta en negro y rojo se dirigía a ellos a toda velocidad. El primero
ni siquiera puso resistencia, simplemente recibió un rodillazo a la altura de
la cara y cayó de espaldas. El segundo dio un tajo vertical muy torpe y la
extraña figura lo esquivó moviéndose un poco a la derecha. Vi que le clavó una
daga justo en un hueco del peto y se desplomó. Cuando estaba a unos treinta
pasos me di cuenta de quién era. Los dos que faltaban se acercaron al mismo
tiempo a atacarla y fueron derribados de una patada doble a la cabeza que ella
asestó con habilidad. ¡Qué tontos! Ninguno de ellos llevaba casco.
—¡Vita! —grité al tiempo que
caía sobre el magno escorpión y noqueaba a su operador que ya estaba apuntando
a la recién llegada.
La chica
volteó a verme para saludar con una cabezada y después continuó con su carrera.
Yo no perdí tiempo y marché a alcanzarla.
Era una
chica menuda, delgada, de cabello oscuro y corto que siempre tenía unos
mechones pintados de rojo. Llevaba su típica capucha y capa negra con roja,
además de su blusa de manga larga, falda corta, mallas y botas de sigilo todas
negras con toques rojos. Tenía unos bellos ojos oscuros que siempre parecían
estar analizando. Era una monada… ¡NO! La misión primero.
—¡Tengo que atraparlo! —dije
cuando la alcancé—. Debe pagar por sus crímenes.
Asintió al
tiempo que sacaba unas agujas y las lanzaba a los guardias. Dos cayeron
inconscientes, pero el resto siguió su carrera hasta el portón.
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