Este es el orden de los sucesos que te ayudará a comprender mejor la historia de Vanessa y sus aliados. 1990: James Fixer inicia como Sa...

 

Este es el orden de los sucesos que te ayudará a comprender mejor la historia de Vanessa y sus aliados.

1990: James Fixer inicia como Santa Claus después de sustituir a Leya Hanna en su labor, pues ella iba a dar a luz.

1993: Vanessa nace en el Distrito Federal el 15 de diciembre de 1993 y es adoptada por los Claus (James y Mildred) el 25 de diciembre del mismo año.

2001: A sus ocho años, la pequeña derrota a Kiran, el Padre de Soren y después es enviada a una casa normal con la familia Valdés.

2002: Vanessa le pregunta a Santa sobre los Claus anteriores y este relata un poco sobre la labor.

2003: La hija de los Claus se embarca en un viaje para conocer a su madre biológica junto a Nefi, un elfo malvado. Más tarde ese año, tiene que viajar en trineo para ayudar a su madre, Mildred Fixer, en la entrega de regalos.

2008: Jack-O’-Lantern va a rescatar a unos niños de copias de elfos malignos. Se encuentra con Vanessa y la muchacha no se asusta de él. Ese mismo año, Damaris y Erik conocen a su padrino Jack Frost (o Yak Escarcha) y él los bendice con sus poderes.

2011: Santa manda a su hija a investigar la desaparición de varios niños a 12 días de Navidad. Ella vence al Coco en una pelea en Guadalajara, México en el año 2011. Lo dejan encerrado por varios años.

2012: Sucede la batalla del Rey Cachivache en un banco en Canadá. Vanessa lo derrota en una batalla de shots navideños, pero…

2015: Junto a Yvan y Betrón enfrentan a un falso Santa Claus que resulta ser bastante poderoso.

2018: Vanessa conoce a los ahijados de Jack Frost, Damaris y Erik, en una misión de rescate.

2020: Navidad de Pandemia, primera vez en años que se activa la Bendición de Sinterklaas. Vanessa se niega a que su padre salga a repartir regalos. Ese mismo año, Soren le confirma a Vanessa que deben buscar un sucesor.

2021: Beca es encontrada por la hija de Santa Claus. Después de una conversación incómoda, le propone ser el reemplazo de James. Meses después, cerca de Navidad, un anciano moribundo pide desesperado un día más de vida y es visitado en la noche por la hija de Santa. Para colmo, antes de Navidad, el Caballero Platino sin brazos, el Viejo Ventisca, el Rey Cachivache, el Viejo Escarcha y el Coco lanzaron un ataque combinado en el Polo Norte.



 

Soren estaba por terminar el informe de su última misión: Una cacería y reubicación de árboles primordiales malvados junto a Vanessa. Todo h...

Soren estaba por terminar el informe de su última misión: Una cacería y reubicación de árboles primordiales malvados junto a Vanessa. Todo había salido perfecto y estaba por presentarle su idea a Santa. Algo que rondaba en su mente desde hacía unos meses.

                La preocupación de la mano derecha de Santa era que a su patrón se le acababa la magia. Había indicios de que en unos años se le escaparía y buscaría por sí misma un sucesor. A menos que Santa buscara a algún candidato.

                —Buenas noches, Soren. Me alegra que ya estés de vuelta —saludó James Fixer, nuestro Santa Claus—. Sabes que no tienes que hacer el informe tan detallado, pues casi todos los detalles me los contó mi hija.

                —Buen día, jefe. Ya sé, pero me gusta entretenerme escribiendo. Hablando de ella, quería mencionarle algo sobre nuestra campeona.

                Santa lo miró expectante y emocionado. Soren carraspeó antes de continuar.

                »No quisiera ser grosero, jefe, pero puedo notar que la magia se le va a acabar. Más de veinte años es mucho para cualquier Santa. Casi todos duran de cuatro a siete años, incluso una década. Solo usted y Leya han durado más de dos. Es hora de que designe un sucesor, por si pasa lo peor…

                —Estoy consciente, Soren, pero no me ha dado tiempo de buscar a alguien adecuado. Estos últimos años han sido muy movidos.

                El elfo lo miró confundido.

                —Santa, Vanessa es perfecta para el rol.

                Una cara inexpresiva se dibujó en Claus.

                —Amigo, ella no puede ser Santa Claus.

                La sorpresa de Soren se hizo notar y tiró la silla cuando se levantó.

                —Santa, con todo respeto. ¡Mírala! Hace mucha caridad tanto aquí como en su vida normal, realiza misiones todo el tiempo, es una combatiente excepcional y ¡todo lo hace sin canalizar magia!

                —Y esa es la razón por la que no quiero que ella sea mi sucesora. Ella podrá ser perfecta, pero es mi hija. No tiene por qué vivir mi legado. Puede hacer todo eso sin estar ligada a los poderes de Claus. Le ayudo, sí, pero lo que hace sin nada de magia o mi apoyo es excepcional. Tal vez crecer aquí la forjó para que así fuera… La quiero tanto, Soren, pero me preocupa. Nunca ha tenido pareja formal, siempre se mete en problemas en la escuela por hacer lo correcto a como dé lugar y tiene una energía inagotable. Yo siento que…

                —¡James, por favor, solo piénsalo un momento!

—A veces queremos que nuestros hijos sean una proyección de nuestros sueños, pero ellos deben forjar su propio camino —replicó educado—. Por supuesto que no hay nadie mejor para ser mi sucesor, pero yo mismo no quiero que lo sea y ella debe darse cuenta de que lo que hace como mortal es tan valioso como lo que hacemos aquí. Esta magia sigue mi voluntad, y esa es que mi pequeña Vanessa encuentre algo que la alegre siempre. Aunque me cueste encontrar un digno candidato, eso es lo que deseo y así se hará.

Soren intentó replicar, pero las palabras o las ideas no acudían. Santa tenía razón, la chica debía tomar un camino diferente. El elfo mismo tomó un camino diferente al de su padre, el traidor.

»Espero que lo entiendes —le puso una mano en el hombro—. Te prometo que haré lo posible por conservar la magia lo más que se pueda. Nos vemos en la cena, amigo —se despidió con una cabezada.

Sentado y abrumado por la verdad que acababa de llegar a su cabeza, Soren pensó en que debía hacer lo correcto. Prendió su comunicador.

—Vanessa, ¿puedes venir un momento a la oficina del jefe? —habló al dispositivo.

En la pantalla solo apareció un OK animado que indicaba que iba para allá.

Soren se recostó en su silla y pensó en lo que iba a decirle.

“Muchacha, como podrás notar, a tu papá se le acaba la magia. Lamentablemente, esta no te elegirá a ti. Tienes la misión de encontrar a un sucesor digno de Santa Claus. Puedes revisar la base de datos a tu antojo. Te lo encargo, pues eres perfecta para hacer esto”, fue lo que se le ocurrió decirle sin que fueran mentiras.



  James Fixer caminaba a su casa con una buena noticia después de una mala racha: El medicamento para su corazón podría suspenderlo a partir...

 

James Fixer caminaba a su casa con una buena noticia después de una mala racha: El medicamento para su corazón podría suspenderlo a partir del lunes. Llevaba un pastel y un corte de carne recién horneado para festejar con su esposa. El mismo doctor le dio el visto bueno para hacerlo.

Se encontraba a solo seis minutos a pie de su casa cuando divisó a una chica que revisaba un automóvil ostentoso a la orilla del camino. Encaramada sobre el motor, parecía intentar arreglarlo. Suspiró sonoramente cuando James pasó a su lado. Él quería llegar pronto a su casa para no tener que recalentar la comida, pero por la tormenta, parecía inevitable tener que hacerlo. Tosió sonoramente para llamar la atención de la muchacha. No perdía nada por ayudarla.

                —Buenas tardes, señorita. ¿Le molesta si le ayudo con su carro?

La chica se irguió y volteó a verlo. Alzó una ceja y alternó su mirada entre el vehículo y James.

                —¿Puede verlo? —preguntó la chica muy sorprendida.

A James la pregunta se le hizo muy curiosa. ¿Cómo no iba a ver semejante carro de color verde con franjas doradas? Trató de no ser maleducado y contestó sonriente.

                —La verdad, es que es un bólido muy bonito. Llantas blancas con clase. Solo los colores no me convencen.

La muchacha abrió mucho los ojos y murmuró.

                —Así que eso ven algunas personas.

James alcanzó a escucharla. Iba a preguntar a qué se refería cuando la chica se apartó del auto. Hizo una ligera reverencia y se presentó.

                —Soy Leya Hanna. Buenas tardes.

La chica era de piel olivácea, tenía unas facciones hindúes y llevaba unos aretes dorados. Vestía una gabardina de color ocre y unas botas invernales del mismo tono.

                —Mucho gusto. Me llamo James Fixer.

                —¿Podrías echarle un ojo a mi… vehículo? —dijo dubitativa—. No funciona bien y tengo algo de prisa.

James dejó las cosas por un lado del bólido y se inclinó sobre el motor para revisarlo. La maquinaria lucía resplandeciente y como nueva. Le parecía ilógico que pudiera estar dañado algo tan bien cuidado. Vio un cable salido del motor y apenas iba a tocarlo, voló a su mano. O eso le pareció a él. Lo conectó y le dijo a la señorita que lo encendiera. La chica saltó sobre el vehículo y hasta ese momento él no se dio cuenta que era descapotable. El motor apenas ronroneó y empezó a funcionar como nuevo. James se sacudió las manos y bajó el cofre.

                —¿Para quién son todos esos regalos? —preguntó al ver dos costales en el asiento trasero— ¿Trabaja en una beneficencia? —sonrió.

                Leya detuvo la marcha y se bajó del carro. Sonreía abiertamente y se tuvo que llevar una mano a la boca.

                —¿Qué más ve en mi carro? —preguntó emocionada.

                James empezó a poner atención y dio un recorrido alrededor del vehículo. Tenía estampas de esferas navideñas, un aromatizante en forma de reno, el escape no parecía manchado y estaba pintado de rojo. Vio una especie de radar en el panel frontal del auto y un velocímetro que indicaba velocidades exorbitantes. A James solo le quedó sonreír con tan peculiar auto y señaló tosas esas características.

                —Está muy curiosa su máquina. ¿Es para alegrar a los niños a los que lleva los regalos?

                Leya no paraba de emocionarse, daba brinquitos mientras se tapaba la boca con ambas manos.

                —James Fixer, ¿verdad? —sus ojos emitieron por un momento un brillo dorado—. Siempre has estado en la lista de los buenos —dijo como para sí—. ¡Es perfecto! —alzó los brazos y se dirigió a él—. Y viniste a encontrarme. No podría ser mejor.

James estaba confundido. Apenas iba a preguntar cuando un brillo dorado le inundó la mirada. Por un momento le pareció ver a un animal con astas detrás de la chica.

                »Ya me tengo que ir, disculpa —dijo apresurada y se subió a su auto—. Tengo que hablar contigo, pero te buscaré mañana —alzó la voz por encima del ruido del motor.

                El señor Fixer se estaba despidiendo cuando escuchó el frenar del vehículo y el gruñido de unas bestias. Algo en su interior se inquietó y supo que la chica corría peligro. Dejó sus pertenencias a un lado y se encaminó a ayudarla.

                De la nada, una neblina se empezó a formar y le impidió ver. Trató de recordar el nombre de la chica para llamarla.

                —¿Leya? ¿Señorita Hanna, se encuentra bien?

                Un gruñido a su izquierda lo alertó.

                —Este no es lugar para un anciano simplón —se escuchó entre la neblina.

                James se ofendió y trató de buscar a quien le dijo eso. Cuando entornó la vista, pudo ver a la chica de piel olivácea rodeada por unas figuras sombrías de cuatro patas. Corrió para cortar distancias y pudo ver que junto a la señorita había un reno en posición defensiva que trataba de protegerla.

                —¿Señorita Hanna? —preguntó a voz en cuello—. ¿Qué sucede?

                Una de las criaturas volteó y se lanzó contra él. Al acercarse lo suficiente, pudo notar que esa cosa era como un lobo, pero echo de sombras. James alzó los brazos para defenderse, pero el reno llegó hasta él para empujar al cánido con las astas. Al momento de ser golpeado se disolvió en hebras de oscuridad.

                —Así mero, Cometa, apártate de tu amiguita —se volvió a escuchar la misma voz como gruñido.

                El reno volvió hasta su ama que ahora sostenía una especie de vara con franjas blancas y rojas. Ya estaba lista para combatir. James no perdió tiempo y se unió a ellos.

                —¿Qué clase de lobos son estos? —dijo mientras alzaba los puños.

                —¿También puede verlos? —preguntó Leya sorprendida.

                —Usted me trata como si yo no viera nada bien. Sí, sí puedo ver esas cosas horrendas —dijo mientras daba ligeros saltos para calentar los músculos.

                Una figura apareció entre la neblina, era un hombre lobo con una chamarra de mezclilla y unos pantalones invernales. Todo el conjunto era de color azul. Las criaturas de sombra se voltearon para observar al que parecía su amo. James estaba confundido y pensó que tal vez se estaba volviendo loco, pero no era momento de dudar.

                —Pero ¿qué tenemos aquí? —preguntó retórico el licántropo—. Un anciano que quiere sentirse joven de nuevo se unió a la pelea. Qué estupideces se encuentra uno en época de Navidad, ¿no? —dijo y gruñó despectivo.

                El reno chocó las pezuñas con el suelo claramente encabritado y resopló. Leya hizo girar su vara lista para atacar.

                »Mire, anciano. No tengo nada contra usted —dijo mientras se acercaba a ellos—. Si se larga, no me lo comeré. Solo quiero despacharme al heraldo de la Navidad y listo. ¿De acuerdo? Ahora, váyase —indicó con las garras.

                James se quedó quieto, volteó a ver a sus compañeros y luego se dirigió al hombre lobo.

                —¿Por qué querría matar a un reno? —se notaba confuso.

                El hombre lobo se sobó los párpados con las garras con evidente fastidio mientras decía:

                —No me refiero a eso, estúpido. Yo… —y se quedó callado cuando un puñetazo de James lo golpeó entre la nariz y el hocico.

                —Primera regla en el sparring de mi gimnasio de boxeo: No bajes la guardia —dijo Fixer mientras sacudía su puño.

                El monstruo se sostuvo la nariz para no sangrar y cuando se reincorporó fue recibido por un golpe certero de la vara en todo el rostro. El caos se desató en ese momento. Leya a punta de vara y el reno con embestidas se despachaban al resto de criaturas, mientras James esperaba con la guardia alta a que su lobezno rival se reincorporara.

                Cuando por fin pudo alzarse el tipo lobuno, tenía un ojo ensangrentado y un colmillo menos.

                —¿Crees que eres rival para mí, condenado vejete? —preguntó y antes de alzar las garras, James le dio otra combinación de golpes.

                —Anciano, pero aún con mucha vida —dijo al tiempo que le marcaba un gancho al mentón y dos rectos al pecho.

                James quiso seguir con la golpiza, pero su rival le detuvo el siguiente puñetazo con una garra. Gruñó y cuando trató de asestar un zarpazo, el reno fue a embestirlo por la espalda. Después de revolcarlo por casi diez metros se separó de él y volvió al lado del viejo.

                Leya se unió a los dos y preguntó preocupada:

                —¿Se encuentran bien? —dijo y examinó al que parecía su reno mascota.

                Un aullido la distrajo y volteó de nuevo a ver al hombre lobo que estaba completamente cubierto de nieve.

                —¡Maldito animal cornudo! —gritó—. Solo tenía que encargarme de Santa y recibiría mi recompensa. ¡Pero tenías que entrometerte! —sacó las garras y empezó a correr contra el grupo.

                Antes de que James pudiera alzar la guardia, el reno se movió a una velocidad imposible y lo embistió. El pobre de su enemigo se fue a estrellar contra una roca y dejó de moverse.

                El viejo Fixer bajó la guardia e instintivamente se llevó dos dedos a la muñeca para checarse el pulso. Pero luego recordó que esos días quedaron en el pasado. Respiró hondo y se dirigió a Leya.

                —Qué gracioso el animal ese, ¿no? —trató de reírse—. Llamarme Santa Claus, ¡qué chiflado!

                El reno volvió con su ama y esta le acarició el hocico distraída. Levantó la cara para ver directo a los ojos del anciano.

                —No, James. Él se refería a mí. Yo soy Santa Claus.

                Fixer trató de asimilar esas palabras. Se revisó de que no tuviera los oídos tapados antes de hablar.

                —Perdón, ¿cómo dice?

                —James Fixer, me presento de nuevo. Soy Leya Hanna. Fui elegida hace veinte años para ser Santa Claus. Este de aquí —dijo al señalar al reno— es el famoso Cometa. El carro que revisó hace rato es el trineo y los costales que vio son donde guardo los regalos para la entrega en dos días. Se supone que muy pocos humanos podrían verlo, pero usted puede. Esa debe ser una señal.

                James estaba atónito. Muchas ideas nublaban su mente: ¿Esa chica era Santa? ¿Cómo que veinte años? ¿El animal era el famoso líder de los renos? ¿Señal de qué?

                »Usted puede que no lo crea, pero acaba de despacharse a un hombre lobo y tiene el espíritu de la caridad en su interior. Es perfecto para ser mi sucesor.

                —¿Sucesor de qué?

                —De Santa.

                James se quedó atónito y ahora casi podía asegurar de que se estaba volviendo loco. Sus dudas desaparecieron cuando sintió dolor en su puño que le detuvo el lobo. Se miró la mano y había un rasguño en ella. Una luz dorada inundó su visión y la cicatriz empezó a cerrar. Cuando alzó la mirada, un cascabel del reno era la fuente de dicho fulgor.

                —Mire, señorita, debo ir con mi esposa y explicarle porqué tardé tanto, aunque dudo que me crea. Si me disculpa…

                —Yo lo llevo, James —se ofreció y silbó a la nada con mucha fuerza.

                El bólido que había visto antes se convirtió ahora en el trineo tradicional con esquís y unas riendas. Estas se acoplaron sobre Cometa de forma automática y Leya subió a él con pericia. Le indicó con señas a Fixer para que se subiera. Para él, todo eso, aunque sorprendente, era real. Se subió y pensó en que si lo que decían del trineo era cierto, este era rapidísimo.

 

                Apenas llegaron al domicilio de James, en los suburbios, Cometa empezó a encender y apagar su cascabel como si fuera clave Morse. El alboroto hizo que saliera la esposa de James, Mildred, a ver qué pasaba.

                Fixer apenas descendía cuando su esposa corrió a abrazarlo.

                —Bienvenido, querido. Vaya, con tu barba y ese trineo, ahora sí que pareces Santa Claus.

James se sorprendió con ese comentario. Ella también podía ver el trineo.

—Curioso que lo diga, señora —habló Leya que justo bajó del trineo—. Necesito hablarle de algo.

—Mildred, cariño, la señorita Hanna quiere hablarme de una… —no encontraba las palabras— oferta de trabajo. ¿Podemos pasar?

Una vez dentro y con chocolate caliente servido, Leya empezó a relatar todo lo que ocurrió desde que vio a James. También, le explicó que ella quería que él fuera su sucesor, pues su tiempo como Santa estaba por terminar.

                Mildred no estaba sorprendida, se creyó todo el relato de su interlocutora, pues tenía la habilidad de saber cuando la gente le mentía. Escuchó con atención las palabras de Leya mientras veía a su esposo de reojo de cuando en cuando.

                —Entonces, ¿su magia está por agotarse? ¿Está muriendo? —preguntó con un nudo en la garganta.

                —¡No! —se rio la chica—. Uno no puede tener hijos mientras es Santa Claus. Es decir, no puedes tener hijos propios. El niño nacería con la bendición de Santa y el tiempo ralentizado. No viviría una vida normal y va contra las reglas. Estoy embarazada y debo dejar el puesto y buscar un reemplazo antes de que la magia me abandone.

                —Ay, muchacha —se enterneció Mildred—. Me alegra y me entristece por igual.

                —Se supone que yo no podía tener hijos —empezó a explicar mientras tocaba su vientre—. Mi esposo y yo fuimos con varios doctores y la respuesta era la misma: Yo estaba enferma y no podría concebir un bebé. Quería tener un infante o varios y procurarles felicidad, pero en cierto modo, el anterior Santa cumplió mi deseo, pues llevo felicidad a todos los peques del mundo que creen en la figura de Claus. Me concedió el honor de ser su sucesora. Bueno, originalmente el puesto era para mi marido, pero no podía y yo decidí tomar el rol del Heraldo de la caridad. Mi antecesor lo aprobó y aquí estoy, sana y mágica como me ve.

                —¿Sana? —preguntó Mildred—. ¿O sea que al ser Santa ya pudo concebir un bebé?

                —Así es —sonrió Leya—. Yo llevaba mi vida normal y con el tiempo, la magia me curó y quedé embarazada. No nos dimos cuenta hasta que un día, por una revisión de rutina, se dieron cuenta que yo esperaba un bebé.

                Mildred meditó esas palabras y miró a su marido.

                —Sé que ya no tener hijos fue nuestra promesa, así que sería ideal que aceptaras, podrías ser Santa Claus, James. Es perfecto para ti.

                El pobre de Fixer se levantó de la silla con nerviosismo.

                —Mildred —dijo y se rascó la nuca—, no es que no confíe en el juicio de la señorita, ¿pero yo? Estoy enfermo del corazón y ya soy un anciano. No creo que pueda con el puesto.

                —Estabas —recalcó Mildred—. El doctor me llamó y me dijo que ya podías dejar de tomar el medicamento.

                En ese momento James buscó la bolsa donde llevaba el pastel y la carne. Recordó entonces que la dejó para ir a auxiliar a Leya.

                —¿Buscabas esto? —preguntó la chica al alzar la bolsa que él había olvidado.

                James se sorprendió. No cabía duda. La chica tenía magia. Ahora sí estaba convencido que ella era Santa Claus.

                —Gracias, señorita Hanna.

                —Si antes estabas enfermo del corazón, ¿por qué corriste a ayudarme? —sonrió Leya.

                —Porque… —suspiró— era lo correcto.

                Ella solo asintió y sonrió con suficiencia.

                —El puesto es tuyo solo si lo quieres, James. No te puedo forzar, debes aceptarlo con todo lo que conlleva —se levantó y se sacudió su abrigo verde—. No espero que me des una respuesta justo ahora. Háblenlo y cuando estén listos —sacó una especie de orbe—, se comunican conmigo agitando esta esfera festiva. Yo les hablaré por ella o vendré hasta acá.

                La chica dejó la bola de cristal navideña sobre la mesa.

                »Muchas gracias por su hospitalidad —y se levantó para retirarse.

                Mildred esperó a que se dejaran de escuchar los pasos de la chica para hablar con su marido.

                —¿Y bien, qué esperas? —preguntó sin más.

                James no supo qué contestar se limitó a llevarse la mano a la barbilla.

                »James, por favor, has sido paramédico, voluntario en caridades y maestro de boxeo para poder ayudar a los niños con lo que sabías. Caray, fuiste un excelente padre. ¿Es que no lo ves?

                —¿Y todo eso me capacita para ser Santa? —preguntó al sentirse orillado—. Ya soy un viejo.

                —Pero sabio y experimentado. Además, ya escuchaste a la muchacha, la magia la curó. De seguro mantendrá sano tu corazón.

                James sopesó las palabras de su esposa. Tenía razón como siempre.

                »Nunca dejaste que la enfermedad o los problemas se interpusieran en tu camino del bien. Imagina todo lo que podrías hacer si fueras Santa. Solo piensa en la cantidad de niños que podrías alegrar, aunque fuera solo un día en diciembre.

                James recapacitó. El discurso le llegó al fondo de su alma y apretó los puños. Se irguió antes de hablar.

                —Hay que llamar a Leya —dijo convencido y tomó la esfera navideña.

                Cuando salieron a alcanzarla, ella estaba recargada sobre el trineo con una sonrisa llena de ternura.

                —Sabía que no tardarías, James.

                Un trineo más grande, parecido a un jet, descendió en el patio de los Fixer. Leya lo había llamado después de ser atacada por el hombre lobo. De la nave descendió un elfo musculoso y bastante alto para su especie.

                »¡Soren, me alegro verte! —gritó y corrió a darle la buena nueva—. Encontré a mi sucesor. ¡Es perfecto!

                El elfo, alto para su especie, alzó la vista para ver a la pareja. Una sonrisa apareció en su rostro.

                —Vaya, señora, tiene buen ojo. Saludos, pareja Fixer —hizo una reverencia—. ¡Vámonos! Destino: el Polo Norte.

                James y Mildred se miraron el uno al otro y subieron al trineo recién llegado mientras Leya arrancaba a toda velocidad en el suyo.

               


  Santa y Soren habían ido en una misión para capturar yetis con semillas de odio incrustadas. El grupo de rebeldes se había ido a hacer des...

 

Santa y Soren habían ido en una misión para capturar yetis con semillas de odio incrustadas. El grupo de rebeldes se había ido a hacer desmandes a un pueblo en unas montañas. Ya casi todos estaban derrotados. El último que faltaba, Santa lo derribó de un puñetazo.

                —Vaya, jefe, eso fue rápido. Sigues en forma —dijo para tratar de animarlo.

                Santa suspiró. Él sabía que su elfo de confianza trataba de darle palabras de aliento.

                —Lo agradezco, Soren, pero hasta yo veo cuando el tiempo se va a terminar.

                Soren tragó saliva e intentó cambiar de tema.

                —¿Quieres que te ayude con algo más?

                —Creo que ya acabamos aquí —puntualizó Santa—. Me regreso al taller —e introdujo al último de los yetis a un costal que funcionaba como portal hasta el taller (uno de los más recientes inventos de los elfos).

                Soren de la nada sintió un escalofrío y le cambió el semblante por un instante.

                »¿Nos vamos, muchacho? —preguntó educadamente Santa.

                —Me quedo, James. Quiero estirar las piernas en las montañas. Me recuerda a mi primer hogar.

                —De acuerdo, amigo. Nos vemos en el taller.

                Santa se subió a su trineo tirado por caballos y estos emprendieron el vuelo a velocidades supersónicas.

                Soren lo despidió con una mano y al instante dio media vuelta para chocar sus palmas y sacar un estallido sónico como un trueno. Un elfo de aspecto desaliñado bajó de un árbol y se sacudió la nieve. Soren reconoció de inmediato a su padre. Un traidor del legado de Santa Claus.

                —¿Y yo no te recuerdo a tu primer hogar? —preguntó inocente aquel villano.

                —¿Qué rayos haces aquí, infeliz? —preguntó la mano derecha de Santa despectivo.

                —¿Esa es la forma de contestar a tu padre?

                —Esa es la forma educada de contestar a una maldita rata.

                —Me ofendes, muchacho —empezó a hablar al tiempo que caminaba y rodeaba a su hijo—. Yo debería tener más respeto, después de todo, estuve ahí al inicio.

                Su padre se refería al inicio de la tradición de Santa Claus. Soren lo empezó a seguir con la mirada.

                —Estuviste ahí e hiciste un maldito desmadre. Casi matas al primer Santa Claus. Era nuestro deber seguir con el legado de la caridad.

                —Ay, hijo. Es que no lo entiendes. San Nicolás el taumaturgo era todo un personaje. Caritativo, bondadoso, comprensivo. Estaba por encima de los humanos. ¿Y qué decidió hacer el Árbol Sabio y el resto de su calaña? Nombrar unos condenados humanos. Ruines, mezquinos, crueles —empezó a enumerar con los dedos—. ¡No, señor! Después de Nicolás, eligieron a otro humano. Un romano que hacía de monje y cocinero. ¡Qué asco! Al principio acepté mi rol como ayudante, pero después de ver mundo estaba claro que les quedaba grande el papel.

                 —No lo entiendes, Kiram. La Navidad es una celebración humana y, por lo tanto, es imperfecta. Los humanos debían desempeñar ese rol porque también son imperfectos. ¡Pero tu maldita avaricia te cegó!

                —¿Me cegó? —dijo casi como un grito—. Ha habido militares, ladrones, miserables y mezquinos en las filas.

                —Todos redimidos a la hora de actuar. Cada una de estas personas entregadas a la misión

                —¡Una mujer cometió la osadía de embarazarse mientras portaba el manto!

                —Pero lo dejó para entregárselo a James —dijo con un poco de pesar.

                —Claro, ese maldito anciano que adopta miserables.

                —Vaya, ¡qué bonito te expresas de los niños! Con razón eras tan buen padre. Serías un excelente Santa Claus —expresó con sarcasmo.

                —Ignoraré tu descaro, hijo. Te estoy dando una oportunidad. ¿Te unes a mi causa? Acabaremos con todo aquel que se interponga en nuestro camino. Imagina que seas mi mano derecha cuando le quite el manto de Santa a Fixer.

                —Yo ya soy la mano derecha del verdadero Claus —recalcó.

                —Imagina que cuando sea Santa, te reconozcan por fin como mi hijo.

                —Ah, claro. Ser el hijo del traidor de los elfos originales y de un maldito genocida. Jodido orgullo que siento.

                —No me da gracia, Soren —saltó para tratar de asestar un golpe a su hijo, pero este lo esquivó—. ¡Deja de ser un irrespetuoso! —dijo y se le escuchó el hipo.

                —Claro —y lo señaló al extender sus brazos—, de seguro abusas de nuevo del aceite de arce fermentado.

                —¿Te atreves a llamarme adicto?

                —Y débil —sentenció—. ¿Cómo se le llama a eso que tienes? ¿Alcoholismo de arce?

                —Soy arzohólico, grosero.

                —Claro, tú eres el experto. Abusas tanto de él que de seguro tú inventaste el término.

                Soren logró su cometido al cabrear a su padre y este se abalanzó para atacarlo. El elfo más joven apenas si se movió y el arzohólico se fue de bruces a la nieve.

                »Todo en ti es decepcionante, Kiram. Pésimo padre, pésimo elfo, peor marido. Me das asco.

                —¿Pésimo marido? —se alarmó—. Tu madre me perdonó.

                —¡Mi madre se murió de tristeza por la decepción que le causaste! —gritó Soren—. ¿Por qué no hacías lo que los malos padres normales y te ibas a vivir a otro lado? Menos daño hubieras hecho —resaltó.

                Kiram estaba muy enojado. Se levantó como pudo y tomó algo de su maltrecho saco.

                —¡Te vas a unir a mi causa, quieras o no! —gritó al tiempo que reventaba una esfera de color negro contra la nieve. Unas criaturas parecidas a osos flacuchos emergieron de ella. Los relicta.

                —¿Y te unes a Solitud? —alzó una ceja—. Que existencia tan lamentable —dijo con desprecio.

                Contó a los relicta con los ojos y azotó sus puños para crear una onda con la fuerza de varios truenos. La mayoría de las criaturas se desintegró en el acto. Los demás quedaron tendidos en el suelo.

                Kiram se había tapado los oídos. Él mismo le había puesto el nombre a su hijo y le dio sus habilidades. Soren, significa trueno y acababa de ser testigo de algo del poder del muchacho.

                —Estás del lado equivocado, hijo. Estoy a nada de ir por Santa y va a caer.

                —Ya te venció una vez una niña de ocho años, papá. No necesito siquiera intentarlo yo. Sin magia, sin gracia, eres una piltrafa.

                Estaba por chocar sus puños de nuevo cuando uno de los relictum de Solitud se lo llevó de ahí.

                —Nunca esperé nada de ti, padre —murmuró—. Pero me sigue sorprendiendo cada cobardía que haces.

                Soren tomó impulso y se desplazó para llegar al pueblo más cercano y de ahí pedir un trineo para ir a casa. El trago amargo de ver a su padre se le quitaría con seguir sus tareas previas a la Navidad. Estaba listo para enfrentarlo.




Era mediados de diciembre y ya se respiraba el aire navideño por todos lados. Eran las 7 de la noche y nuestro héroe de chocolate, Yvan, se ...

Era mediados de diciembre y ya se respiraba el aire navideño por todos lados. Eran las 7 de la noche y nuestro héroe de chocolate, Yvan, se encontraba en uno de estos comercios navideños tan comunes en México cuando su amigo Betrón lo interceptó en un jet miniatura mientras flotaba a su lado.

—¿Qué haces mi chocolatoso?

—Busco un nacimiento bueno, bonito y barato.

—¿A mediados de diciembre, a estas horas, con tanta gente?

—Sip.

—Por qué? creí que tenían un nacimiento

—Teníamos, cosa del pasado. Mi primito el más pequeño intentó poner el nacimiento, pero cuando abrió la caja, salieron dos pastorcillos decapitados.

—Lloró, ¿verdad?

—Sí.

—Fue gracioso, ¿verdad?

—Sí, bastante, pero traté de no reírme. En fin, ya estamos aquí, ¿qué debería buscar? Nunca he comprado uno.

—¿Traes carro? —preguntó Betrón.

—La verdad, es que no.

—Pequeño, con pesebre incluido, de resina y bastante bonito. Como ese del puesto de ahí —señaló un puesto en la esquina.

Yvan llegó presuroso al lugar y habló directo con el vendedor.

—Buenas noches. Disculpe, ¿tiene un pesebre pequeño y de resina?

—Hijole, mijo. De resina están muy chafa, ¿no quiere mejor de barro? —preguntó al señalar un nacimiento justo enfrente de nuestro chocolatoso.

Yvan recordó que el nacimiento que se rompió era precisamente de barro. Además, aquel era muy bonito, este que tenía enfrente, en cambio, estaba tan feo que dañaba la vista solo con verlo. Ojos desiguales, sonrisas chuecas, ropa mal pintada y unos animales que parecían réplicas de las galletas de animalitos que parecen todo, menos animalitos. Nuestro protagonista trató de guardarse sus comentarios y el asco, pero llegó Betrón y abrió la boca muy pronto.

—¡Pero qué cosa más horrenda! —exclamó—. ¿Les cobran por belleza o qué onda? No, gracias.

El vendedor lo miró ofendido y le dijo despectivo:

—Por esas tonterías no les venderé nada.

—Pues dobles gracias —replicó Betrón mientras se alejaba— ¡Vamos, Choco! Ahí hay otro.

Se acercaron a un segundo puesto con un tipo que vestía un abrigo negro muy formal.

—¡Buenas noches! —empezó presuroso el hámster—. Buscamos un nacimiento, pequeño de resina, con pesebre y BONITO —remarcó estas últimas palabras.

—Claro que sí, paps —contestó—. El que gustes. De calidad, por supuesto.

Yvan llegó a un lado de su amigo y notó esa forma de hablar.

—¿Tiene una papa en la boca? —entornó los ojos.

—Ja, ja. ¡Qué gracioso, we! Como decía, tengo lo que busca por aquí —y sacó un pesebre prearmado y diminuto—. José, María, el niño, los animalitos, un pastor y uno de los reyes magos —enumeró.

Yvan quedó encantado con lo bonito que era, estaba a punto de sacar la cartera cuando Betrón preguntó de forma acertada.

—¿De a cómo estamos hablando? —e hizo como si se frotara los pulgares con dos de sus dedos (Betrón tiene pulgares, en caso de que nunca lo hayan notado).

—Pues como ya es el último, se los dejo barato, de compas. Solo seis.

—¿Seiscientos? —preguntó Yvan.

—Seis mil, mi chavo.

—¿Seguro que no le pierdes? —preguntó Betrón.

—Un poco, pues. Pero es favor para ustedes, de verdad.

Yvan guardó su cartera y se retiró sin decir nada. Betrón lo miró con lástima y acompañó a su amigo en su retirada.

—¿Cómo ves a este tipo abusivo? —preguntó Betrón—. Tremendo rugido de tripa que se carga. Si no quería vender podría… ¡AH! —gritó el hámster al pasar por un puesto de luces navideñas—. ¡Mis ojos! ¡Mis roedores ojos! ¿No le puede bajar a la luz, carajo?

El tipo los miró apenado y apagó algunas de las luces mientras pasaban.

—Mira, ahí hay un puesto prometedor —señaló Yvan.

—¿Me llevas? Aún no veo nada —y fue cargado por su amigo.

—Buenas noches. Busco un nacimiento pequeño, de resina, pesebre incluido y bonito —dijo a la carrera—. ¿Tiene alguno?

—De resina solo me queda este de acá —contestó una señora con cabello entrecano y un chongo. Llevaba una blusa holgada y una falda hasta el piso—. Está bastante bonito, muy chulo.

Yvan vio que los pastores, los animales, los tres reyes con sus monturas y María y José estaban preciosos; solo había un detalle que le molestaba un poco.

—Disculpe, ¿no tiene el niño Jesús de ese nacimiento? —dijo y señaló a la figura que estaba entre María y José que les doblaba el tamaño y que llevaba puesta una camiseta de un equipo de futbol.

—Ese es —contestó la señora muy segura.

—No, no. A ver, el bebé de este nacimiento debe ser chiquito. ¿Lo tiene o lo vende aparte? No importa, lo pago ahorita mismo.

—Muchachito, ESE —remarcó enojada— es el niñito del nacimiento.

—¿Cómo esa efigie tan grande va a ser el bebé? ¡No cabe ni en el pesebre! —refutó molesto—. ¡Es más grande que mi amigo! —y se señaló el hombro.

La señora volteó a ver al hámster que apenas se había dado cuenta que estaba ahí.

—¡Una rata! —gritó y se desmayó.

Las personas se apiñaron en el lugar a auxiliarla y no para hacer rapiña, porque este es un cuento de fantasía (más o menos) y la sentaron en una silla a que se recuperara.

—¡Qué mal gusto de esa señora que me llamó rata! —se quejó el roedor—. Y más de mal gusto que le haya puesto al niño una playera del Club América.

—Ni siquiera lo voy a mencionar —se quejó Yvan.

Caminaron otro lapso por los pasillos y ya muy pocos puestos tenían nacimientos. Se detuvieron a ver un puesto de fritangas y se compraron unas papas y unas banderillas.

»No me la puedo creer que vaya a llegar a casa y sin un nacimiento —se quejó el muñeco.

—Podríamos volver con el señor que los vendía muy caros —sugirió su amigo—. Yo te los regalo, si quieres.

—¡Claro que no! Se veía más desesperado que productor de cine en huelga de escritores. Ni de broma vuelvo ahí.

Betrón meditó esas palabras y estaba por morder a sus papas cuando vio un puestecito en miniatura. En él había unas pocas esferas y varios nacimientos diminutos. Le dio unos codazos a Yvan para llamar su atención.

—¡Mira, parece que encontramos lo que buscamos!

Yvan se devoró su banderilla y Betrón puso sus papas en el trineo mientras volaba al puesto.

—¡Nacimiento pequeño, pesebre incluido, resina y bonito! —dijo a la desesperada Betrón— ¿Tiene?

El tipo se asustó un poco, pero recobró la compostura enseguida.

—Buenas noches. Sí, sí tengo —y señaló uno bastante bonito con apenas lo básico, dos pastores, un rey mago, pero bastante detallado.

Yvan lo miró y se maravilló solo de verlo.

—Buenas noches. ¿Cuánto por él? —preguntó y trató de sonar indiferente.

—Como ya es el último, se lo dejo en tres, ¿cómo ve? Ya con este me persigno y me voy.

—¿Tres mil? —se escandalizó Yvan.

—Trescientos. Ni que fuera un avaro de mierda que revende y abusa.

—¡Me lo llevo! —dijo al Yvan al tiempo que dejaba el dinero con una palmada sobre el puestecito—. ¡Empáquelo, tiene una venta!

 

Yvan y Betrón ya se retiraban de los puestos navideños con un nacimiento bonito y una sonrisa en sus rostros. Esta vez el muñeco se encargaría de guardar el pesebre y las figuras con cuidado para causar traumas a sus sobrinos. Además, recordaría de no hacer compras de última hora para toparse con figuras de última oportunidad.

 



  Yvan, el muñeco de nieve de chocolate, estaba en camino para realizar las últimas compras navideñas en un centro comercial. Ya casi había ...

 

Yvan, el muñeco de nieve de chocolate, estaba en camino para realizar las últimas compras navideñas en un centro comercial. Ya casi había llegado cuando su amigo Betrón, un hámster con el espíritu de batalla vikingo, se le unió en una bola de roedor motorizada y con giroscopio. Apenas eran las siete de la mañana del viernes después de Acción de Gracias.

                —Hola, amigo —saludó el roedor—. ¿A dónde vas con tanta prisa?

                —¡Hola! Compras de última hora del Black Friday —dijo entrecortadamente—. Son los últimos regalos que me faltan para Navidad.

                —Te acompaño —dijo y aceleró para llegar antes que su amigo.

                Los muchachos entraron como furia a la tienda y estaban listos para la avalancha de gente, pero no había más que unos pocos compradores y unos empleados desanimados.

                Yvan miró de reojo a su compañero y se extrañaron de ese escenario. Caminaron por la tienda sin pronunciar palabra y echaron a un carrito de compras los últimos regalos de Navidad para su amigo. Por el camino vieron ofertas de locura, como smartphones rebajados a mitad de precio, televisores a precios de regalo y promociones de libro del 3x2. Todo lo normal en esa fecha, pero la tienda a solas. Llegaron hasta la caja para pagar las cosas y el cajero los miró con una hueva como de burócrata en viernes y les cobró.

                —La verdad, es que no le veo caso a comprar cosas tan baratas —escucharon a sus espaldas—. Además, ya gasté mucho en la sencilla cena de Acción de Gracias como para aprovechar el Black Friday.

                Yvan y Betrón voltearon al mismo tiempo.

                —¿Escuchaste eso? —preguntó alarmado el hámster.

                —Sí que lo oí —contestó perplejo Yvan—. Ningún estadunidense que se respete hablaría así.

                Un escalofrío recorrió el cuerpo del muñeco de nieve. Que ya era mucho, digo, ¡ERA DE NIEVE!

                —Algo siniestro debe rondar por aquí —murmuró Betrón que empezó a consultar su bestiario del árbol sabio en su teléfono—. ¿Qué será? ¿Qué causa todo esto? —decía mientras buscaba en el índice—. Lo único que me suena es el espíritu de la tacañería.

                El comunicador en el brazo de Yvan se encendió de color rojo y el Árbol Justino le habló a través de él.

                —¡Muchachos, hay una amenaza código carmín para la economía! ¡El espíritu de la tacañería, Pincher, está por la zona! Necesito que lo enfrenten y lo capturen para que no interfiera con el flujo monetario.

                —¡Ja! Te lo dije —se jactó Betrón.

                —Creí que la época navideña era más que consumismo desmedido y gastos a lo idiota —replicó el chocolatoso.

                Justino se quedó callado un instante.

                —¡No digas estupideces, Yvan! ¡Mucha gente es caritativa en esta época! ¡Imagínate que de la nada se vuelven tan amarrados como político post campaña! Además, si me vienes de nuevo con ese discurso gastado de consumismo de película barata navideña, te despido. Impidan a toda costa que este Espíritu empiece ahora con su avaricia contagiosa. ¡YA!

                Yvan apagó el comunicador y se lanzaron a buscar al culpable de este escenario. Revisaron toda planta baja del centro comercial y empezaron a revisar el segundo piso.

                —¿Cómo se supone que es este rival? —preguntó Yvan.

                —Es un tipo mezquino, mal arreglado, con penetrante olor a sustancias enervantes. Lleva ropa que no combina y su cabello es actualmente rubio.

                —¿Actualmente? ¿A qué te refieres?

                —El espíritu de la tacañería busca por lo general un contenedor, un humano. No es un ser inmortal como otros entes que enfrentamos. Es más bien como el Heraldo de la Caridad, Santa Claus.

                —Podría ser cualquiera —dijo Yvan.

                —O podría ser ese tipo de ahí —dijo Betrón al señalar a un tipo larguirucho con una camisa amarilla que batallaba con una máquina de expendedora.

                El sujeto en cuestión estaba junto a un tipejo con cara de pocos amigos. Tenía un aura solitaria y lucía como el típico político malhumorado.

                —¡Buenas tardes, caballeros! —saludó Yvan al dúo aquel y estos se dieron la vuelta.

                El par aquel saludó con una cabezada a nuestros héroes con total naturalidad.

El dúo de roedor y muñeco de nieve no vieron nada peculiar en ellos y estaban por irse cuando aquel sujeto en amarillo habló:

—Oigan, ¿no tendrán una moneda? Es que se me hace una grosería tener que pagar dos monedas por una soda.

Las alarmas saltaron en nuestros héroes y se pusieron en guardia en un parpadeo.

Betrón miró alternadamente a la foto del bestiario y al sujeto andrajoso. Se supone que lo actualizaban de forma periódica, pero el tipo de enfrente no se parecía en nada a la foto en su libro. Sin embargo, había algo siniestro en su compañero bien vestido.

—Tú no eres el Espíritu de la Tacañería, ¿o sí? —preguntó confundido el roedor.

—Bueno, soy el nuevo —contestó como si nada y su amigo se dio una palmada en la cara—. El anterior ya no quiso pagar la membresía y ahora soy yo. Me sobraba cambio y me pareció buena inversión.

Su compañero lo miró perplejo de lo estúpido que era. Es decir, se acababa de revelar como uno de los villanos de este cuento.

—¡A ti te conozco! —gritó Albertrón y señaló al otro sujeto—. Eres Solitud, el Espíritu de la Soledad.

El señalado se irguió e hizo una reverencia.

Yvan guardó sus regalos en una bola mágica navideña y la ocultó en su chocolatoso cuerpo. Ahora nuestro muñeco tenía artilugios de este tipo, pues desde hacía un tiempo ya eran compas de Santa.

—Oigan, ¿ustedes no traerán algo de cambio para…? preguntó Pincher y fue golpeado por Betrón en la entrepierna— ¡Oye, no me dejas terminar! —se quejó claramente indoloro.

                —¿Cómo es posible? —preguntó el hámster y retrocedió en su esfera.

                —Seguramente su falta de blanquillos permite que no sienta dolor —sugirió Yvan—. O los tiene de adorno…

                Solitud se puso en guardia y estaba a punto de convocar a sus relicta al chasquear los dedos, cuando Yvan le congeló la mano.

                —De seguro ibas a invocar algo —gritó Yvan—. Ni se te ocurra. Este será un dos versus dos parejo.

                Yvan cambió sus puños por guantes gigantes de boxeador, mientras la esfera de Betrón empezó a envolverse de armas de todo tipo. En cambio, Solitud intentaba descongelarse la mano y Pincher buscaba monedas en el piso.

                —¡Párate, maldito inútil! —gritó Solitud a su aliado.

                Su compañero, de forma torpe, trató de meterse el cambio en los bolsillos cuando el hámster lo embistió a toda velocidad en el estómago. El espíritu de la Soledad iba a gritar algo cuando Yvan lo golpeó a dos puños en la cara.

                El par de tipos cayeron a una especie de jardín diminuto con fuente en el piso de abajo. Albertrón siguió con la golpiza con el cuerpo tendido de su rival, que con cada golpe soltaba más y más monedas. Solitud, en cambio, trataba inútilmente de protegerse de los golpes de nuestro heroico chocolatoso. Solo que ahora había cambiado sus guantes de box por unas bolas con pinchos. Después de una decena de catorrazos, el pobre rival de Yvan dejó de moverse.

                Apenas tomó un respiro, el muñeco de nieve volteó a ver a su amigo que salía propulsado como por un gas amarillo. Este se expulsó de su esfera de hámster, se colocó rápidamente un cubrebocas y descendió en un paracaídas miniatura. Fue atrapado al vuelo por su compañero.

                —¿Qué te pasó, Betrín?

                —Ese asqueroso —dijo mientras se tapaba la nariz— me echó su aliento de cantina de mala muerte en la cara. ¡Casi vomito!

                —¿Huele a alcohol?

                —¡Huele a una cantina! —replicó asqueado— ¡A TODA LA MALDITA CANTINA! Baño incluido. No me jodas, ¡qué perro asco!

                Yvan sacó un trineo en miniatura para armar a su amigo y después se preparó para arremeter contra aquel pestilente.

                Pinche se levantó con aparente dolor y empezó a beber agua de la fuente, pues era gratis. Se alació el cabello, un aura maligna se empezó a formar alrededor de él y corrió contra Yvan para intentar golpearlo. Pero falló humillantemente al tropezarse con sus agujetas de mala calidad.

                —Oye, Betrón, ¿de verdad este tipo es una amenaza? —preguntó incrédulo Yvan.

                El hámster vio con pena ajena que aquel rival no valía ni medio centavo. Se decepcionó un poco, a pesar de que el tipo parecía tener influencia en todo el poblado con su tacañería contagiosa.

                —No sé si sea una amenaza, pero ¿crees que si lo maltratamos un poco merme su poder sobre la gente?

                —Pues solo hay una forma de averiguarlo, ¿no?

                Antes de empezar con una colosal golpiza, Yvan fue a buscar a Solitud para enterrarlo en nieve, pero este ya había desaparecido. Y tiene sentido, pues era un espíritu de soledad, ¿qué estaba haciendo en compañía de alguien?

                Nuestro dúo heroico se lanzó al ataque para mermarlo con una paliza que no describiré porque sería demasiada violencia. Pero digamos que se pusieron creativos como si fuera un programa de Tom y Jerry.

                Con cada golpe a Pincher, su hechizo se desmoronaba. Más y más gente estaba dispuesta a no estar de amarrada con sus carteras. Los primeros en llegar fueron aquellos que fungieron como voluntarios en albergues en Acción de Gracias. Al final, el Centro Comercial se llenó a tope como era costumbre en Black Friday.

                —¡A volar, piltrafa! —decía Betrón mientras ataba su trineo al pantalón del villano y activaba el modo cohete.

                —Ya es hora de acabar con este individuo —dijo Yvan que creó una rampa de chocolate para el despegue.

                El mezquino aquel se perdió de vista para caer a lo lejos en un lugar deshabitado.

 

                Pincher se levantó de entre la nieve, completamente derrotado. Solitud se le acercó para evaluarlo, le revisó el pulso y las pupilas. Estaba vivo.

                —No entiendo cómo después de tremenda paliza sigues con vida.

                —Bueno, la verdad es que no tengo ni dónde caer muerto. Así que soy prácticamente inmortal.

                Solitud puso los ojos en blanco y se retiró dejando a su aliado tirado en la nieve.