Santa y Soren habían ido en una misión para capturar yetis con semillas de odio incrustadas. El grupo de rebeldes se había ido a hacer des...

Un mal padre

 

Santa y Soren habían ido en una misión para capturar yetis con semillas de odio incrustadas. El grupo de rebeldes se había ido a hacer desmandes a un pueblo en unas montañas. Ya casi todos estaban derrotados. El último que faltaba, Santa lo derribó de un puñetazo.

                —Vaya, jefe, eso fue rápido. Sigues en forma —dijo para tratar de animarlo.

                Santa suspiró. Él sabía que su elfo de confianza trataba de darle palabras de aliento.

                —Lo agradezco, Soren, pero hasta yo veo cuando el tiempo se va a terminar.

                Soren tragó saliva e intentó cambiar de tema.

                —¿Quieres que te ayude con algo más?

                —Creo que ya acabamos aquí —puntualizó Santa—. Me regreso al taller —e introdujo al último de los yetis a un costal que funcionaba como portal hasta el taller (uno de los más recientes inventos de los elfos).

                Soren de la nada sintió un escalofrío y le cambió el semblante por un instante.

                »¿Nos vamos, muchacho? —preguntó educadamente Santa.

                —Me quedo, James. Quiero estirar las piernas en las montañas. Me recuerda a mi primer hogar.

                —De acuerdo, amigo. Nos vemos en el taller.

                Santa se subió a su trineo tirado por caballos y estos emprendieron el vuelo a velocidades supersónicas.

                Soren lo despidió con una mano y al instante dio media vuelta para chocar sus palmas y sacar un estallido sónico como un trueno. Un elfo de aspecto desaliñado bajó de un árbol y se sacudió la nieve. Soren reconoció de inmediato a su padre. Un traidor del legado de Santa Claus.

                —¿Y yo no te recuerdo a tu primer hogar? —preguntó inocente aquel villano.

                —¿Qué rayos haces aquí, infeliz? —preguntó la mano derecha de Santa despectivo.

                —¿Esa es la forma de contestar a tu padre?

                —Esa es la forma educada de contestar a una maldita rata.

                —Me ofendes, muchacho —empezó a hablar al tiempo que caminaba y rodeaba a su hijo—. Yo debería tener más respeto, después de todo, estuve ahí al inicio.

                Su padre se refería al inicio de la tradición de Santa Claus. Soren lo empezó a seguir con la mirada.

                —Estuviste ahí e hiciste un maldito desmadre. Casi matas al primer Santa Claus. Era nuestro deber seguir con el legado de la caridad.

                —Ay, hijo. Es que no lo entiendes. San Nicolás el taumaturgo era todo un personaje. Caritativo, bondadoso, comprensivo. Estaba por encima de los humanos. ¿Y qué decidió hacer el Árbol Sabio y el resto de su calaña? Nombrar unos condenados humanos. Ruines, mezquinos, crueles —empezó a enumerar con los dedos—. ¡No, señor! Después de Nicolás, eligieron a otro humano. Un romano que hacía de monje y cocinero. ¡Qué asco! Al principio acepté mi rol como ayudante, pero después de ver mundo estaba claro que les quedaba grande el papel.

                 —No lo entiendes, Kiram. La Navidad es una celebración humana y, por lo tanto, es imperfecta. Los humanos debían desempeñar ese rol porque también son imperfectos. ¡Pero tu maldita avaricia te cegó!

                —¿Me cegó? —dijo casi como un grito—. Ha habido militares, ladrones, miserables y mezquinos en las filas.

                —Todos redimidos a la hora de actuar. Cada una de estas personas entregadas a la misión

                —¡Una mujer cometió la osadía de embarazarse mientras portaba el manto!

                —Pero lo dejó para entregárselo a James —dijo con un poco de pesar.

                —Claro, ese maldito anciano que adopta miserables.

                —Vaya, ¡qué bonito te expresas de los niños! Con razón eras tan buen padre. Serías un excelente Santa Claus —expresó con sarcasmo.

                —Ignoraré tu descaro, hijo. Te estoy dando una oportunidad. ¿Te unes a mi causa? Acabaremos con todo aquel que se interponga en nuestro camino. Imagina que seas mi mano derecha cuando le quite el manto de Santa a Fixer.

                —Yo ya soy la mano derecha del verdadero Claus —recalcó.

                —Imagina que cuando sea Santa, te reconozcan por fin como mi hijo.

                —Ah, claro. Ser el hijo del traidor de los elfos originales y de un maldito genocida. Jodido orgullo que siento.

                —No me da gracia, Soren —saltó para tratar de asestar un golpe a su hijo, pero este lo esquivó—. ¡Deja de ser un irrespetuoso! —dijo y se le escuchó el hipo.

                —Claro —y lo señaló al extender sus brazos—, de seguro abusas de nuevo del aceite de arce fermentado.

                —¿Te atreves a llamarme adicto?

                —Y débil —sentenció—. ¿Cómo se le llama a eso que tienes? ¿Alcoholismo de arce?

                —Soy arzohólico, grosero.

                —Claro, tú eres el experto. Abusas tanto de él que de seguro tú inventaste el término.

                Soren logró su cometido al cabrear a su padre y este se abalanzó para atacarlo. El elfo más joven apenas si se movió y el arzohólico se fue de bruces a la nieve.

                »Todo en ti es decepcionante, Kiram. Pésimo padre, pésimo elfo, peor marido. Me das asco.

                —¿Pésimo marido? —se alarmó—. Tu madre me perdonó.

                —¡Mi madre se murió de tristeza por la decepción que le causaste! —gritó Soren—. ¿Por qué no hacías lo que los malos padres normales y te ibas a vivir a otro lado? Menos daño hubieras hecho —resaltó.

                Kiram estaba muy enojado. Se levantó como pudo y tomó algo de su maltrecho saco.

                —¡Te vas a unir a mi causa, quieras o no! —gritó al tiempo que reventaba una esfera de color negro contra la nieve. Unas criaturas parecidas a osos flacuchos emergieron de ella. Los relicta.

                —¿Y te unes a Solitud? —alzó una ceja—. Que existencia tan lamentable —dijo con desprecio.

                Contó a los relicta con los ojos y azotó sus puños para crear una onda con la fuerza de varios truenos. La mayoría de las criaturas se desintegró en el acto. Los demás quedaron tendidos en el suelo.

                Kiram se había tapado los oídos. Él mismo le había puesto el nombre a su hijo y le dio sus habilidades. Soren, significa trueno y acababa de ser testigo de algo del poder del muchacho.

                —Estás del lado equivocado, hijo. Estoy a nada de ir por Santa y va a caer.

                —Ya te venció una vez una niña de ocho años, papá. No necesito siquiera intentarlo yo. Sin magia, sin gracia, eres una piltrafa.

                Estaba por chocar sus puños de nuevo cuando uno de los relictum de Solitud se lo llevó de ahí.

                —Nunca esperé nada de ti, padre —murmuró—. Pero me sigue sorprendiendo cada cobardía que haces.

                Soren tomó impulso y se desplazó para llegar al pueblo más cercano y de ahí pedir un trineo para ir a casa. El trago amargo de ver a su padre se le quitaría con seguir sus tareas previas a la Navidad. Estaba listo para enfrentarlo.




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